Producción: El Chapo
Creador: Story House Entertainment
Año: 2017
Plataforma: Netflix

 

En 5 líneas esta serie:

Es una narconovela

Se apega a las versiones periodísticas de Guzmán

Muestra el lado humano y el punto de vista del capo

No se centra en el glamour del narco ni lo celebra

Muestra a Guzmán como un estoico (anti)héroe de acción

 

  

 

El tema de las narconovelas será siempre uno delicado. Si bien podemos condenar la explotación que el género hace de una realidad social trágica y compleja, como lo es la del narcotráfico en México, nuestra congruencia mengua cuando nos reconocemos admiradores de Scarface (De Palma, 1993) o El Padrino (Coppola, 1972), relatos cuyos referentes históricos no carecen de episodios plagados de actos brutales y sanguinarios. ¿Así que, para evaluar las versiones ficcionales del Chapo, cómo hacemos para separar al personaje del hombre? ¿Es la intención de quienes narran su historia que realmente lo hagamos? ¿Buscan la reflexión, el homenaje o el simple lucro?

Aunque ya muchas veces se ha argumentado que la intención de una determinada narconovela es crear conciencia sobre el problema y aprender de la historia —pienso en El Patrón del Mal y Alias el Mexicano, que se transmitieron originalmente en Colombia—, la realidad es que estas series funcionan, principalmente, porque sus personajes generan fascinación. Como titanes (pos)modernos, los capos legendarios de la talla de Escobar y Guzmán, sirven para explorar los límites entre lo humano y lo monstruoso, entre la potencia sublime, que no considera el valor de la vida humana, y aquella existencia que es ética y moralmente aceptable, todo dentro de un mundo regido por la competencia más cruda y la violencia más extrema. De forma similar a la que lo hacen Tony Montana y Michael Corleone, como otros tantos chapos y escobares de la ficción, se puede argumentar que estos personajes también son un intento de profundizar en el arquetipo (anti)heroico del mafioso trágico. El mafioso trágico es aquel que, como ocurrió a algunos titanes, terminará destruido, emasculado o preso en el Tártaro, víctima de sus propios apetitos de expansión y dominio. (Sí, aunque no parezca, es un cuento con moraleja.)

El Chapo es una serie que no se centra en el glamour o el mundo fantasioso de fama y gloria, retratado en los narcocorridos, sino en los momentos más determinantes de la carrera criminal de Guzmán. Y aunque no hace, en ningún sentido, una celebración del narcotráfico o una apología del delito, los autores tampoco nos narran la historia de un completo monstruo. Su visión de Guzmán es relativamente humana. No se cae en la caricatura ni en el maniqueísmo. Se presentan su punto de vista, sus motivaciones y fantasmas. Y hay una clara voluntad de entender, de desentrañar al personaje, tanto al humano como al ficcional. A Guzmán se le muestra, sobre todo, como el hijo pródigo de un sistema político corrupto, en el cual el crimen se administra desde el Estado. Por eso no extraña que, peor parados que El Chapo, queden el gobierno mexicano, la policía, el ejército, el sistema penitenciario nacional y la DEA, quienes a veces son titiriteros y a veces títeres de los narcotraficantes.

A pesar de que la serie está bien escrita, producida y actuada, tampoco agrega nada nuevo al debate y, si ese era su propósito, sería mejor leer un libro sobre el tema que ver al Chapo convertido en este estoico (anti)héroe de acción. Sin embargo, la serie se disfruta, especialmente la primera mitad, en la que se exponen las intrigas que formarán el carácter del Chapo y lo prepararán para convertirse en el jefe máximo del crimen de nuestro país. El Chapo es una producción de Story House Entertainment y Univisión, creada para Netflix. Y, como en el caso de Narcos, se pretende que dure, al menos, una temporada más. Sin embargo, si consideramos la biografía del Chapo, esta primera entrega no cubre ni siquiera su primer escape de la prisión de Puente Grande y, considerando el ritmo que lleva, es probable que no siga el mismo modelo de dos temporadas que se usó para la novela basada en Escobar.

 

 

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