Producción: 120 Latidos Por Minuto (120 battements Par Minute)
Director: Robin Campillo
Año: 2017
Plataforma: Cartelera

 

En 5 líneas esta película: 

Habla sobre la lucha contra la epidemia del SIDA en los noventa

Tiene una intención social

Retrata a sus personajes con tacto

Hace buen uso del montaje

Es de imágenes poderosas

 

    

 

Cada primero de diciembre la Organización Mundial de la Salud celebra el Día Internacional de la Lucha Contra el SIDA. A pesar de este importante esfuerzo sigue habiendo cierta indiferencia por parte de los medios, las audiencias y las dependencias gubernamentales. Ante tal situación, resulta urgente y necesario recordar esa lucha que día con día le cuesta la vida a personas cero-positivas y/o que viven con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH). El trabajo más reciente de Robin Campillo, 120 Latidos por Minuto, ganadora del Gran Premio del Jurado en la pasada edición de Cannes viene a encontrarse de frente ante esta indeferencia, cuya principal receta parece ser un choque emocional directamente desde las trincheras históricas de la lucha contra la epidemia.

Campillo nos sitúa en 1992, en una Francia sacudida por una epidemia de VIH que normalmente estaba entendida como exclusiva de la comunidad LGBT, los drogodependientes y las prostitutas. En este contexto tan complicado surge un grupo activista llamado Act Up, que se dedica a realizar protestas radicales para visibilizar la situación y luchar en contra de la apatía del gobierno y las farmacéuticas. El mismo Campillo y dos miembros más de la producción formaron parte de este grupo en la vida real. Dentro de la historia le ponemos caras y nombres a quienes padecen esta terrible enfermedad y vemos el amplio espectro de vidas, personalidades y casos que nos hacen ver el problema de una manera que se impregna en la pupila.

El retrato humano y documental de Campillo revisa el tema con bisturí y sensibilidad, sin llegar a escandalizar ni a volverse en un sentido estricto un panfleto de prevención. La cinta trasciende el discurso (a veces) superficial de una campaña social y se vuelve una biografía y una crónica de una vida con VIH, donde todos tipo de personas encuentran un símil. Campillo juega con el diálogo en largas sesiones de discusión, que bien podrían parecer seminarios intensos de filosofía en una universidad, pero también con el montaje entre protestas y fiestas, que nos sugiere que pese a todo estas personas no buscan algo distinto al resto de la población: el celebrar la vida; y es aquí tal vez donde radica la grandeza de la película. También se toma un tiempo para señalar a los culpables, en cierta medida, de la epidemia; sean los medios que se niegan a hablar del tema, las farmacéuticas que juegan con la vida de las personas por el interés económico, los gobiernos que lo usan como artimaña política o las escuelas, que en virtud de las buenas costumbres, evaden el tema de la prevención.

El oficio del director está acompañado de tremendas actuaciones, entre las cuales sobresale la poderosa interpretación de Nahuel Perez Biscayart, a quien parece imposible separar de su personaje ante algunas de las escenas más complicadas que se han visto recientemente en pantalla.

Al final el objetivo de la cinta no es escandalizar ni exigir soluciones inmediatas, no es un llamado a una revolución en armas; es una solicitud, muy estridente eso sí, de una igualdad y un reconocimiento para una sector de la población. Campillo comprende la profundidad del problema, que retrata con tacto pero preciso. También entiende que es una situación delicada y compleja que no se soluciona en un abrir y cerrar de ojos y en virtud de eso limita su discurso a proponer como primera medida, que para que un problema se solucione, se tiene que hablar de él.

 

 

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