Producción: Al Otro Lado de la Esperanza
Dirección: Aki Kaurismäki
Año: 2017
Palataforma: Cartelera
En 5 líneas esta película:
Habla sobre la situación de los migrantes en Europa
Toca el tema de manera amable
Tiene toques de humor que aligeran la carga
Tiene elementos de la filmografía del autor
Puede ser un poco absurda para quienes no conecten con el estilo
A principios del año pasado, el director finlandés Aki Kaurismäki recogió el premio Oso de Plata en la Berlinale por su más reciente trabajo, Al Otro Lado de la Esperanza. Poco más de un año después, las salas mexicanas gozan ya de la dicha de ver esta cinta en cartelera regular luego de un fugaz paso por la siempre confiable muestra de la Cineteca Nacional.
Kaurismäki se destaca por ser metódico y calculador, distante pero cálido y crítico pero chusco y liviano, cuyo estilo quizá sea posible de definir como una visión ligeramente extravagante de la realidad más ostentosa –y hasta violenta– pero al mismo tiempo desenfada y humanística.
Al Otro Lado de la Esperanza cuenta dos historias: la primera sobre un inmigrante sirio que tras una serie de marometas por Europa llega a Helsinki, la capital de Finlandia, en medio de la situación bélica de Aleppo, mientras busca desesperadamente a su hermana y también la residencia de manera legal. La segunda, un poco más chistosa, es sobre un hombre cincuentón que se aburre de su vida como vendedor de camisas, su esposa alcohólica y su acomodada pero poco estimulante vida clasemediera, por lo que decide abrir un restaurante.
Ambos personajes coinciden en la historia, pero esto toma tiempo. Antes que eso debemos ver sus infortunios, entender sus motivos y ver lo distantes que son sus problemas, para luego entender la manera en la que se encuentran y se identifican como seres humanos que no tienen nada qué perder. Al final, ambos personajes demuestran una determinación que los aleja de la visión perdedora con la que llegan a nuestros ojos, mientras quienes los acompañan ocurren como vejas parodias de los skinheads neonazis, los burócratas grises y los meseros que no conocen otra cosa que la vieja Europa.
Los perdedores kaurismakianos no son nuevos, forman parte de una tradición fílmica perfeccionada luego de treinta años de carrera. Estos llegan después de La Havre (2011), donde el autor también habla de la situación de los migrantes en las ciudades portuarias como símbolo de nuevos comienzos. Kaurismäki habla de una situación espinosa, que ha sido pronunciada de maneras radicalmente distintas, más crudas y viscerales, pero la genialidad de esta película radica en los sellos propios del autor. La dirección acartonada de los actores solo deja ver sus rasgos más alienígenas, la fotografía empapada en colores armoniosos y muchos encuadres de gente en mesas pueden recordar a Wes Anderson (aunque en realidad esto debería ocurrir en dirección opuesta) y una calculada distancia, que muestra tanto tacto como respeto y empatía por lo escabroso de la situación que retrata.
La cinta nos muestra una forma amable de tratar un tema doloroso y urgente, sumergido en una atemporalidad propia del cine del finlandés. Lo dicho: esta historia podría ocurrir en los años ochenta o noventa y seguiría siendo una obra actual, como si la Helsinki de Kaurismäki se hubiera quedado en el pasado, como aquellos músicos que alivianan el tono con notas que preceden a la década de los sesenta.