Producción: Billions, Segunda Temporada
Año: 2016
Plataforma: Netflix

 

En 5 líneas esta serie:

Es de drama

Sabe enganchar al espectador

Tiene buen elenco

Redondea bien a sus personajes

Es entretenida

 

    

 

Representado por Damian Lewis, Bobby Axe Axelrod es el carismático dueño y administrador de un fondo de cobertura (hedge fund). Este tipo de entidades privadas son, dentro del sistema financiero internacional, las que más arriesgan, son más lucrativas y, dada la naturaleza especulativa de su actividad, se les suele demonizar, equiparándolas con parásitos de la economía real o con sofisticados casinos, al servicio de una cúpula improductiva y ludópata, que se llena los bolsillos cada vez que el mundo entra en una crisis. Aunque Axe sea originalmente un hombre del pueblo, su rol natural es el del self-made billionaire, el macho alfa que, gracias a su tenacidad, inteligencia y compulsiva necesidad de salir siempre vencedor, se ha ganado su lugar en el estrechísimo penthouse del uno por ciento de la pirámide capitalista. Axe es, como el cowboy o el gangster, una manifestación más de ese individualismo que consuma –y consume– el sueño americano. Chuck Rhoades (Paul Giamatti), por su parte, es un ambicioso y maquiavélico fiscal neoyorquino, enfrascado en una lucha quijotesca contra Axe, por medio de la cual busca poner fin a las fraudulentas operaciones de la empresa de este y, de paso, favorecer su propio ascenso político.

Para acercar más aún a ambos personajes y añadirle una dimensión de intimidad y complejidad a lo que podría haber quedado en una simple historia de policías y ladrones, Billions recurre al tropo narrativo del triángulo amoroso. Ambos personajes contienden por poseer a Wendy Rhoades (Maggie Siff), esposa de Chuck y psicoterapeuta de planta de Axe. Pero esta competencia bipolar se complica, ya que Wendy es una mujer asertiva, dominante, noble e independiente, que no está dispuesta a servir como una ficha sobre el tablero de las proyecciones fálicas de su esposo y de su jefe, y cuyo interés en su profesión antecede a cualquier otra lealtad. Dentro de esta relación, Chuck es el underdog, es decir, aquel que, dada la enorme magnitud de su oponente, tiene pocas posibilidades de salir victorioso, y que, justo por lo titánico del reto, decide dar esa difícil batalla. Axe –su goliat– un hombre astuto, analítico, con miles de millones de dólares en sus cuentas bancarias y que sabe cuándo y cómo actuar más allá de la ley, resulta ser un enemigo escurridizo y provocador, casi imposible de vencer.

Si una buena construcción dramática considera que el oponente debe ser tan complejo, en lo que respecta a su motivación, perspectiva, conflicto interno, método y capacidades, como su protagonista, Axe y Chuck serían un ejemplo de ella. Uno de los mayores aciertos de esta historia es que logra hacer que se nos olvide quién es el protagonista y quién el antagonista, quién el bueno y quién el malo, quién el amigo y quién el enemigo. La compenetración psicológica entre Chuck y Axe y el choque épico de sus voluntades, dispuestas a todo, hace de Billions, más que un programa para geeks financieros –a los que también se les dedican algunos instantes y referencias–, una serie ágil, llena de momentos televisivos que tienen la factura y energía necesarias para volverse clásicos. Dejando de lado las simplificaciones morales y las moralejas prefabricadas, Billions apuesta por el equilibrio dramático, los diálogos pensados, los personajes contrastantes, las situaciones emblemáticas y las múltiples perspectivas. Ahora que ya comenzó su segunda temporada –que puede verse en Netflix– nos arriesgamos en vano al no recomendarla.

 

 

 

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