Diez categorías, treinta y cuatro cortometrajes y cuarenta y un películas en competencia, cuatro sedes, ocho premiaciones, retrospectivas, conferencias, masterclasses y otras actividades, condensadas en seis días de celebración y compromiso con la diversidad de visiones dentro del cine contemporáneo, convierten a Black Canvas en uno de los espacios de reunión y difusión a seguir de cerca durante los próximos años en la agenda de los festivales nacionales.
Todo estaba listo para que noche del 19 de septiembre, la primera edición del festival fuera inaugurada con bombo y platillo en la Cineteca Nacional, consumando el arduo trabajo de muchos meses, acumulado en los hombros y ojeras de un grupo de estudiantes de la Universidad de la Comunicación, quienes conforman la gran mayoría del staff, que ha logrado armar una programación completa, ambiciosa y atractiva, reuniendo a figuras de la talla de Joel Potrykus, Paula Markovitch, Rubén Imaz Castro y más luminarias de la escena independiente nacional e internacional.
Sin embargo, la tragedia asentada sobre la Ciudad de México durante la tarde de ese martes, en forma de un terremoto de 7.1 grados, que cimbró los cimientos de la urbe y causó el colapso de casas, edificios, telecomunicaciones, pero sobre todo, la pérdida de vidas humanas y animales, detuvo en seco el ritmo de más de veinte millones de habitantes, abrumados por el caos y la incomunicación posterior. Black Canvas no sería la excepción, y las actividades del festival tuvieron que ser suspendidas, debido a la gravedad de las circunstancias.
En un nivel inferior de importancia al rescate de vidas y la ayuda a los damnificados por el sismo se encuentran las agendas culturales, pero tampoco es posible colocarse en los zapatos del equipo detrás del festival sin sentir un chasco por todos los esfuerzos venidos abajo en vísperas de la ceremonia de inauguración; ha sido un golpe duro para el comité organizador, que a pesar de todo, durante los días 22 y 23 ofreció una serie limitada de proyecciones a un público menor, junto a invitados especiales, en el campus de la Universidad de la Comunicación, para mostrar un poco de lo que el festival puede ofrecer a la industria y al público cinéfilo capitalino.
A continuación, una pequeña reseña de las cintas proyectadas durante ese par de días:
California Dreams (Dir. Mike Ott / Estados Unidos / 2017)
Divertida visión que se confunde deliberadamente entre la ficción y el documental, narrando las vidas de cinco personas viviendo en las cercanías de Hollywood, reunidos por un sueño: ser famosos, ilusión que el director comparte, al darles escenas para interpretar ante las cámaras, a pesar de no contar con ninguna característica que los convierta en candidatos al estrellato. La película desborda ironía, el director no se tienta el corazón para aplicar un poco de bullying amistoso hacia sus entrevistados/personajes, sin que eso le impida encontrar cierta profundidad en la exploración de las vidas de sus socios/víctimas que eleva el tono emotivo de la cinta hacia el desenlace.
William, el nuevo maestro del judo (Dir. Ricardo Silva / México / 2016)
La cercanía con Carlos Reygadas ha influenciado al director de Navajazo, quien junto a Omar Guzmán se ha subido al tren de la lírica trascendental con esta película, que nada tiene que ver con su título. Usando de pretexto la figura del cantante de folk William Clauson, el oriundo de Guanajuato hace una disertación de narrativa errática sobre el miedo a la muerte y la futilidad de la vida con mayor fuerza visual que en previas propuestas, gracias a la cinematografía de Adrián Durazo, quien aporte el punto más fuerte de la película. Fuera de eso, me parece que lo presenciado ya se vio antes y mejor ejecutado; sin duda se trata de una obra polarizante que bien vale de pretexto para una buena tertulia.
The Alchemist Cookbook (Dir. Joel Protykus / Estados Unidos / 2017)
Sólida película de terror cuyo tema de estudio es la psicosis en un ambiente de aislamiento, al relatar la espiral descendente de un joven afroamericano viviendo en medio del bosque de Michigan. La joven lo acompaña su gato y un libro de recetas de Alquimia, con el cual pretende encontrar la forma de “fabricar” oro, aunque en el proceso tenga que negociar con el diablo mismo, hasta que las cosas irremediablemente se salen de control. Joel Protykus sabe sacarle jugo a los elementos a su disposición para crear una atmosférica experiencia de enclaustramiento y desorden mental, o tragedia satánica, si se gusta de una interpretación más sobrenatural.
Muestra de cortos colombianos por BOGOSHORTS
La última sesión de esta pequeña muestra fue una enriquecedora e instructiva sesión liderada por Jaime Manrique, director fundador y piedra angular del concepto conocido como Bogoshorts, acrónimo del Festival de Cortos de Bogotá, el más grande de Latinoamérica en su tipo y uno de los de mayor crecimiento a nivel mundial. La velada fue coronada por la proyección de una selección de cortometrajes reconocidos por Bogoshorts que se mueven entre el drama doméstico y urbano hasta otros de faceta más experimental.
En resumen, fueron dos días de un entusiasmo contenido por las circunstancias, pero que nos ayudan a recordar que en estos momentos el arte es también un instrumento de reflexión y superación antes las adversidades de una realidad que puede ser muy atroz, como ha sido el caso. Afortunadamente, el espíritu del festival es grande y la noticia oficial de que la programación de Black Canvas volverá con toda su fuerza durante el mes de noviembre hace que nos tallemos las manos en expectación, porque el show debe y necesita continuar.
Pueden encontrar toda la información del festival aquí.