Producción: Una Mujer Fantástica
Director: Sebastián Lelio
Año: 2017
Plataforma: Cartelera

 

En cinco líneas esta película:

Es de drama y un estudio de personaje

Se refleja por completo en su protagónico, Daniela Vega

Nos regala la música clásica de la deutsche filarmonique

Tiene un evidente contraste en el uso del color

Tiene como su protagonista a la obsesión de su director con la mujer

 

   

 

Este texto se escribe tras saber que Una Mujer Fantástica ha alzado el Oscar a mejor película extranjera. Y que si bien eso, para muchos, es solo la inercia lógica de un circuito de premiación (Goya, Independent Spirit Awards, Fénix, entre otros), esta noche tiene a más de uno ante una gran oportunidad de reflexionar. ¿Trata esta cinta enteramente de lo que significa ser transexual o de la dignidad a la que tenemos derecho todos los seres humanos?

Marina (Daniela Vega) pierde en cosa de minutos a su pareja, Orlando (Francisco Reyes) por un aneurisma. Esa noche habían celebrado el cumpleaños de ella: bailaron, comieron pastel, planearon un viaje que no ocurre; se amaron y pasaron la noche juntos. Todo bajo una fosforescente e idílica felicidad. Y de pronto, ella, desconcertada y asustada, se encuentra ante el silencio atorrante y la luz cruda, pálida, del área sucia de una clínica en Santiago. Escuchando, primero, que su pareja ha muerto y, segundo, respondiendo a muchos y distintos cuestionamientos sobre su identidad, realizados desde el médico hasta un policía, quienes empiezan a verla con sospecha. De ahí, ella emprenderá una lucha, principalmente con la exesposa de Orlando, sus hijos, sus parientes, así como otros personajes, para despedirse del hombre que amó y que la amó sin reserva.

Antes de esa noche, Marina subsistía como cualquiera: con dos trabajos, adaptándose a una vida en pareja que completaba un hombre de mediana edad recién divorciado, quien a su vez tenía una pequeña empresa, hijos, exesposa, hermanos, gente que sabía de la nueva realidad de Francisco y que se negaba a ponerle rostro, a permitir que existiera.

Hay algo en el ejercicio de la discriminación en las sociedades latinoamericanas: en lo público es de bajo perfil; sutil, aparententemente elegante y educada. Puertas adentro, cara a cara, es insultante. A ambas, Daniela las confronta de una manera estoica. Incluso hasta en los momentos más oprobiosos, como aquel en el que una cinta adhesiva se convierte en una potencial arma asfixiante. O al estar frente a una mujer natural, Sonia (Aline Kuppenheim), la ex esposa de Orlando y musitar cuando aquella le dice: “cuando te veo no sé lo que veo, si algo normal o algo perverso”.

La cualidad fantástica en el personaje en el que descansa esta cinta del director Sebastián Lelio (quizá más entrañable que la propia Gloria, su hit del 2014) no va en los matices ni en los cuestionamientos interiores, sino en sus reacciones plenas de dignidad ante los agravios. Y en ese proceso, es capaz de moverse en escenarios llenos de estridencia sonora y luminiscente.

Es cierto que se trata de una cinta hecha a medida de Vega, que primero fue consultora en la elaboración del guión. Es cierto, también, que por momentos le falta una sacudida y que tampoco es la historia de amor de la que hablaremos por años. Pero es verdad, sin ninguna discusión, que esta elegante bofetada, exhibida a nivel internacional, obliga a ver qué tanto permitimos a los otros el derecho de ser. Chile, el país de origen, aún no lo hace. Vega ha viajado a recoger los premios de esta cinta con su pasaporte de anterior identidad. En el Congreso de aquel país sigue congelada la aprobación de una Ley de Identidad de Género y la actriz ha pedido menos elogios y más inclusión para quienes están en una situación similar a la de su persona y personaje.

add_filter( 'the_title', 'max_title_length');