Producción: Cafarnaúm: La Ciudad Olvidada (Capharnaüm)
Director: Nadine Labaki
Año: 2018
Plataforma: Cartelera Independiente
En 5 líneas esta película:
Es un drama social ambientado en Líbano.
Habla de la pobreza extrema, el abuso y la inmigración
Está dispuesta a romper corazones…
Cuenta con un protagónico infantil sublime
Emplea una narrativa tramposa
Es complicado escribir sobre Cafárnaum: La Ciudad Olvidada. La primera impresión al abandonar la sala es brutal, la película sabe cómo golpear los puntos más vulnerables del espectador y exprimir la emoción a un nivel incapaz de ser ignorado. El retrato de la pobreza extrema en una congestionada ciudad libanesa, desde la perspectiva de un niño sin hogar, en las situaciones más apremiantes posibles, es desde su premisa un relato que está dispuesto a recaudar lágrimas y agobiar a la audiencia. Sin embargo, con el paso de los días un problema se vuelve más evidente, y es que todo lo que hace impecablemente, está fundamentado en un método que puede ser tachado de deshonesto.
La historia, contada en flashback emplea como McGuffin el mediático caso de un niño en prisión que ha demandado a sus padres por haber nacido. A partir de esta premisa, se va desmenuzando la historia de Zain, ese niño condenado por intento de homicidio, cuyas circunstancias son más trágicas que las de Pepe el Toro y Precious juntas.
Miembro de una familia tan pobre como numerosa, Zain sobrevive en medio de la miseria propia de los barrios más bajos de la ciudad, hasta que un incidente familiar lo harta y motiva a huir a las calles, en busca de cualquier cosa que no sea su casa. Así comienza una travesía que lo acercará a una inmigrante ilegal y a su hijo bebé, de igual o peor situación que la suya, a los círculos de tráfico de personas y drogas, y demás puntos ciegos de la ciudad libanesa, una especie de universo que recuerda a la Ciudad de México de Los Olvidados (Buñuel, 1950), donde solo los hoyos más podridos de la sociedad son los que se exponen a lo largo de toda la trama, siendo retratados con una crudeza contundente.
Al igual que Buñuel quería desenmascar las fallas sociales del México pujante de los años cuarenta, la directora Nadine Labaki busca mandar un mensaje contundente sobre sus propios olvidados, es decir, los niños de los estratos libaneses más pobres, los cuales heredarán la pobreza de sus padres, el yugo de los usos y costumbres árabes más bárbaros y la loza causada por nacer bajo la etiqueta de inmigrante ilegal.
A diferencia de la magistral contención de Buñuel, Labaki hace todo lo posible para moverte emocionalmente, como si el escenario no fuera los suficientemente urgente en sí mismo. No hay duda de que la cineasta es hábil en el uso de la cámara así como en la dirección de actores; su habilidad para retratar las circunstancias de sus personajes es meritoria, pero suele inclinarle a la manipulación. No repara en emplear cámara en mano, escenarios sórdidos y secuencias filmadas bajo planos de duración y encuadre deliberadamente dramáticos, y por si no fuera suficiente, emplea música para colocar la cereza en el pastel de la tragedia y que comience el festín de sollozos.
No es la primera (ni la última) vez que vemos un retrato brutal de las clases más desfavorecidas, pero Cafarnaúm se empeña tanto en arrancar emociones que hace de la tragedia un show mas bien morboso y polarizado, que hace difícil atender las ideas que la directora trata de explorar (o más bien, explotar), quedándose todo en un espectáculo inconsecuente.
Y sin embargo, se mueve, o algo así.
Ahora voy a regresar sobre mis pasos para dejar en claro algo que considero importante. A pesar de la fallida metodología, hay una gigantesca razón para que Cafarnaúm no deje de funcionar hasta cierto nivel: Zain Al Rafeea. No recuerdo una actuación infantil más poderosa que la de este niño, refugiado sirio en la vida real, el cual fue seleccionado para el proyecto mientras trabajaba como repartidor.
Zain es el corazón y motor de esta película, si el entramado a su alrededor puede caer en lo tendencioso, él es real; la complejidad de emociones en cada gesto, mirada, palabra suelta o reprimida, hacen del protagonista el auténtico tesoro de Cafarnaúm, y me atrevo a decir que él solito ha llevado el proyecto hasta colarse en la terna de mejor película extranjera en los Oscar este año, no sin antes recibir su correspondiente palmadita en la espalda con el Premio del Jurado, en Cannes. Nadine Labaki le debe mucho a este chico, que si no fuera por él…