Producción: Clímax
Dirección: Gaspar Noé
Año: 2018
Plataforma:Cartelera
En 5 líneas esta película:
Es la más reciente del controvertido Gaspar Noe
Tiene un excelente trabajo de cámara
Nos regala un soundtrack es bastante completo
Se trata de un ejercicio más de forma que de fondo
Es visualmente impresionante
¿Quién le puso algo al ponche? En la primera secuencia de la nueva película del controvertido Gaspar Noé vemos a un grupo de bailarines siendo entrevistados: ¿Qué significa el baile?, ¿cuál les gusta más?, ¿cuáles son sus metas?; son algunas de las preguntas que responden estos jóvenes a quienes vemos a través de un televisor rodeado por libros y VHS, entre los cuales destacan Harakiri (1962) de Masaki Kobayashi, Suspiria (1977) de Dario Argento o Possession (1981) de Andrzej Zulawski, entre otras. Evidentemente esto no es casual, cada artículo tiene su razón de ser. En cierto punto del filme vemos a una de las protagonistas retorcerse psicóticamente, tal y como Isabelle Adjani lo hiciera en el clásico de Zulawski, porque alguien le puso LSD al ponche.
Gaspar Noé es garantía de una experiencia cinematográfica; por lo menos eso intenta en cada una de sus películas. Recordemos su frenética e inversamente estructurada historia de venganza, Irreversible (2002), su viaje extracorporal y psicodélico en primera persona con Enter the Void (2009) o su explícito drama erótico filmado en 3D, Love (2015). Clímax, ahora, es un descenso a la demencia, a los más bajos sentidos de sus personajes producidos por las drogas. Cada uno reacciona diferente: algunos con violencia, otros con lujuria, paranoia, frustración, tristeza y, por supuesto, euforia.
Clímax se desarrolla en una sola locación: una especie de gimnasio que sirve de sede para una compañía de baile, quienes después de un ensayo organizan una pequeña fiesta. Como cualquier grupo de personas que tienen que convivir juntos durante largo tiempo, hay tensiones, envidias y conflictos sin resolver. En algún momento de la fiesta los bailarines notan que están más drogados de lo que deberían; la fiesta se transforma de una celebración comunal a una paranoica reunión anárquica donde la confianza y fraternidad mostrada en esa impresionante y perfectamente coordinada primera secuencia de baile se extingue, al grado de que una de las bailarinas cree que su pequeño hijo estará más seguro encerrado en el cuarto con el transformador de alta tensión, que con sus compañeros drogados.
Noé desarrolla un lenguaje visual sofocante y violento. La marca personal de los créditos estroboscópicos y los largos planos secuencia están ahí; la cámara rodea y gira ante las tremendas coreografías de un grupo de excitados y genuinos bailarines, mientras todo empeora y la saturación de color llega como si se tratara de una película de Argento. La música rara vez se detiene, la mayor parte del metraje estamos escuchando el estremecedor soundtrack que incluye pistas, entre otros, de Thomas Bangalter (Daft Punk), Aphex Twin, Gary Numan y Giorgio Moroder.
En cuestión dramática, nunca llegamos a un verdadero desenlace de la situaciones. Por ahí conocemos la problemática de una de las bailarinas que se encuentra embarazada sin saber quién es el padre, la mencionada madre que encierra a su hijo en el armario de alto voltaje para después accidentalmente perder la llave, una cocainómana que se incendia el cabello o la chica que sólo quiere ayudar. Sin embargo, al igual que en Enter the Void, la cámara flota por encima de los personajes sin concentrase en ninguno, solo actúa como un espectador de los acontecimientos.
Está claro que Clímax se trata más de la forma que del contenido, su objetivo no es profundizar en los personajes, mucho menos empatizar. Sino, más bien, de atestiguar los instintos básicos en un concepto dionisíaco; el hecho de verte obligado a perder el control.