Producción: Cómo Vivir Contigo Mismo
Año: 2019
Plataforma: Netflix

 

En cinco líneas esta serie:

Es una mezcla de comedia, suspenso, sci-fi y drama

Tiene un tono alivianado

Tiene un buen reparto

Cuenta la historia desde diferentes perspectivas

Tiene un final complaciente

 

  

 

En las recientes entregas de premios se ha mostrado cierta unanimidad en relación con los proyectos ganadores, siendo en muchas ocasiones los mismos nombres en categorías símiles u homónimas. En lo que respecta a la categoría de serie de comedia, la gran ganadora de la temporada fue indiscutiblemente la segunda temporada de Fleabag (Waller-Bridge, 2016) de Amazon Prime.

No obstante, existían muy buenas contendientes, algunas quizá no tan conocidas de este lado. Una de ellas es la más reciente creación del dos veces ganador del Emmy y exproductor del Daily Show de John Stewart, Timothy Greenberg, una serie que respira bajo el sello de Netflix, titulada Cómo Vivir Contigo Mismo (2019). Protagonizada por Paul Rudd, esta adhesión al catálogo de la plataforma pasó desapercibida en esta región y aparentemente también por las ternas de competencia, sin embargo, se trata de una obra notable y que matiza a bien el contenido disponible para sus suscriptores.

Originalmente pensada para la IFC (Independent Film Channel), hogar de obras notables como Portlandia (Armisen, Browstein, 2011) y Documentary Now (Armisen, Hader, Meyers, Thomas, 2015), fue posteriormente adquirida por el gigante de la televisión vía internet, escrita por el mismo Greenberg y dirigida en su totalidad por la dupla Jonathan Dayton y Valerie Faris, responsables de Pequeña Miss Sunshine (2006), Ruby Sparks (2012) e incontables videos musicales de artistas noventeros como The Smashing Pumpkins, Jane’s Adicction, y Red Hot Chilli Peppers.

Elección acertada si consideramos que la trama gira en torno a un matrimonio de mediana edad venida a menos, adscrita al American way of life del yuppie de fines del siglo XX, que intenta formar una familia y que vio mejores años por lo menos una o dos décadas atrás. Cuando el esposo, Milles Elliot, se sume en una espiral de autodesprecio, autocompasión y autosabotaje, no ve salida de su depresión y da con un spa ultra secreto —que más bien luce clandestino— por recomendación de un compañero de la agencia de publicidad para la que trabajan, bajo la promesa de salir como un hombre nuevo. Horas después, Miles despierta enterrado en un bosque sin noción de lo que ha ocurrido y en cambio encuentra en casa a su esposa y a él mismo disfrutando la cena. Así comienza una relación complicada con quien resulta ser un clon, que es a la vez una versión mejorada genéticamente de sí mismo, hecho sin su conocimiento y con el objetivo de reemplazarlo.

De tal apuro, Miles busca la mayor de las ventajas y delega sus responsabilidades a su nueva versión, argumento usado anteriormente en la cinta Mis Otros Yo (Ramis, 1996) con múltiples Michael Keaton(s). Aunque los dos registros de distancia abismal y ejecución impecable de Rudd recuerdan también al Sam Rockwell de Moon (Jones, 2009), donde la relación clónica es la guía de la historia.

Las pinceladas de ciencia ficción con las que arranca la premisa —que podrían esperarse de una más estereotípica como La Isla (Bay, 2005)— rápidamente son diezmadas por un melodrama romántico y de superación personal o por una comedia disparatada buena onda, pasando por tensiones psicológicas, en un viaje introspectivo donde Miles encuentra en su otro yo las claves para recuperar la chispa perdida en su vida y al mismo tiempo, vemos desde la perspectiva de su pareja y su clon, las causas y consecuencias de sus errores.

Aunque de todas las multireferencias asimiladas a lo largo de los ocho episodios, quizá la más constante e imperativa sea la de Charlie Kauffman y su metaguion de Ladrón de Orquídeas (Jonze, 2002), donde un escritor frustrado se ve opacado por su hermano gemelo al mismo tiempo que intenta realizar una adaptación de la novela que da título a la cinta, amén que el Miles de Greenberg, sea también un escritor frustrado que vendió su creatividad al corporativismo.

Ese discurso es rebobinado por Greenberg, enemigo de su propia historia, quien ostenta un final, por el momento, acomodado y complaciente, asimilado por el costumbrismo norteamericano, retrocediendo en la ruptura de los psicóticos gemelos Kaufman interpretados por Nicolas Cage casi veinte años atrás.

Queda entonces la expectativa de una posible segunda temporada para descubrir un nuevo sendero y aprovechar la profundidad existencialista que yace potencialmente dentro de la historia, como con la disruptiva y cínica Fleabag de Waller-Bridge. Pero es de reconocer su origen independiente y genuinamente propositivo, que marca una pauta diferente para el cada vez más repetitivo y autocomplaciente catálogo de Netflix.

 

 

add_filter( 'the_title', 'max_title_length');