Cuando Sun Tzu le llamó El Arte de la Guerra al compendio de estrategias y tácticas militares empleadas por el imperio chino, hablamos de un asunto de narratividad, pues esta representación literaria puede y es empleada durante los discursos militares. Así, entramos en materia del arte de contar la guerra, que es, en esencia, una tarea de legitimidad, donde las percepciones de un suceso pueden variar de lectura a lectura.

El mito de la guerra ha sido moldeado en buena medida en el hemisferio occidental por las fuerzas vencedoras, como Reino Unido o Estados Unidos, so pretexto de justificar su poderío mundial, a través de representaciones populares como la televisión o el cine.

En ese sentido Hollywood ha sido una maquinaría ideal para la producción de historias bélicas que reinterpretan la complejidad de la guerra y la reducen a un espectáculo sentimentalista y las más de las veces, chauvinista. Zona de Miedo (Bigelow, 2009), Forest Gump (Zemeckis, 1994), Salvando al Soldado Ryan (Spielberg, 1998), Patton (Schaffner, 1970), El Francotirador (Eastwood, 2014) y un largo etcétera dan cuenta de esa construcción.

A cien años de la Primera Guerra Mundial, ocurrida entre 1914 y 1918 en Europa, su eco se percibe en la historia contemporánea, ya que fue durante este periodo que las imágenes centrales de los conflictos bélicos como se entendieron durante el siglo XX tuvieron lugar. Conceptos como las llamadas potencias mundiales, el papel de la tecnología armamentista y los discursos nacionalistas que sustentaron futuros enfrentamientos, la Segunda Guerra, Vietnam, el intervencionismo en América Latina y los conflictos en Medio Oriente, fueron moldeados durante ese proceso y aunque quizá es de los periodos menos comentados o estudiados por las grandes audiencias, no cabe duda de la influencia que tuvo en aquellos que crecieron con esa historia.

El año pasado, el director británico Sam Mendes dijo en una entrevista para El País: “Los directores olvidamos demasiado a menudo que tenemos que contar historias importantes», en alusión a su reciente y premiado filme 1917 (2019), donde retoma una anécdota de su abuelo veterano de esa guerra, en la que despliega una virtuosidad técnica impecable y pronuncia un discurso estilístico solemne y decoroso.

En 2018, el veterano y también británico, Peter Jackson, estrenó el documental titulado Jamás Llegarán a Viejos, hecho bajo encargo del Museo Imperial de la Guerra, cinta que también dedicó a su veterano abuelo. Aunque a diferencia de Mendes, Jackson no partió de una anécdota singular, sino de una investigación formal, un ejercicio de reconstrucción, etnografía del suceso y su desenvolvimiento.

El mito revisitado por dos directores británicos, con familiares cercanos envueltos en el conflicto y que comprende dos ejercicios técnicos distintos, es un buen pretexto para reconsiderar las palabras de Mendes, pues no solo se requiere hablar de las cosas importantes; la otra mitad en el sentido de esa expresión comprende al cómo se dicen las cosas y es ahí donde estas cintas ligadas por un asunto temático reflejan en buena medida su vasta diferencia técnica y conceptual.

El arte de contar la guerra empleado por ambos cineastas dista en forma y fondo. A luz de la distancia, Mendes parte, tal vez sin pleno conocimiento, de estructuras símiles a las de los ejemplos mencionados al inicio, entre los cuales se han dejado de lado con obvia intención de hacer una diferenciación, cintas como Cara de Guerra (Kubrick, 1987), Apocalipsis Ahora (Coppola, 1979) o Senderos de Gloria (Kubrick, 1957), que complejizan con mayor sustancia el atroz ejercicio bélico. Esa puntualización es necesaria, pues aunque parezca que la cinta de Mendes pudiese pertenecer a estas, en realidad su discurso es más cercano a aquellas cuya intención es vanagloriar los esfuerzos de los temerarios soldados, en tal caso, sus personajes principales: William Schofield y Tom Blake.

Los jovenzuelos tienen la imposible tarea de cruzar la tierra de nadie y así advertir a otra unidad de una emboscada por parte del ejército alemán. En el camino, forjado como un aparente plano secuencia al que algunos cortes le quedan obvios —cuando Will queda inconsciente, o un objeto se cruza con la toma, por ejemplo— y la cinematografía espectacular de Deakins, es evidente un intento de narratividad realista, cuya precisión y limpia ejecución da más cuenta de la construcción que de esa supuesta naturalidad. Por lo demás, los valores morales como la camaradería, el heroísmo o el sacrificio perenne son expresados desde una tradición construida por el cine bélico más convencional, a diferencia de la dualidad ética de Kirk Douglas o la locura producida por la presión psicológica de Vincent D’Onofrio.

Por su parte, Jackson también recurre a cierto ejercicio patriótico, pues se entiende dentro de la conmemoración de un siglo y un homenaje a su familiar, sin embargo, su discurso no recae enteramente en ese acercamiento. Su labor consistió en recuperar material inédito grabado por los mismos soldados, al igual que una serie de entrevistas y audios realizados en diferentes momentos del siglo XX. Dicho material fue restaurado en altísima definición, colorizado en ciertos segmentos, se incluyó un diseño sonoro como ambientación y el producto final fue puesto en gran medida en tercera dimensión, forma simple pero contundente de actualizar lo sucedido, de contarlo de nuevo, pero en la viva voz de quienes hablaron y filmaron dicho momento.

Jackson realiza una ficcionalización de los testimonios reales de veteranos de guerra, mas no una puesta en escena, lo que le aleja de las representaciones bélicas del entretenimiento y lo acerca al ensayo académico, a un trabajo de investigación pero también de intervención, una obra viva que esperaba para ser encontrada y mostrada, conservando la esencia inocente y hasta simplona de los soldados que siendo menores de edad, participaron en una matanza sin ser realmente conscientes de su impacto en la historia mundial o en la propia.

Queda decir que ambos esfuerzos son apetecibles y de valores distintos, pero es verdad que el cine bélico ocupa pantallas de forma regular en las carteleras comerciales, vemos, desde los mismos inicios del cine como propaganda militar, por lo que resulta más necesario un ejercicio didáctico que no vocifere de forma tan aparentemente elocuente las supuestas virtudes que han llevado a dichas potencias a ocupar el lugar que ocupan en el mundo actualmente.

 

 

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