Después de una impresionante avanzada por parte del ejército alemán sobre Checoslovaquia y posteriormente Polonia —el famoso Blitzkrieg o guerra relámpago—, la Wehrmacht (el ejército nazi) avanza con dirección a los Países Bajos con intención de tomar Bélgica y, posteriormente, Francia. Los franceses procuran detener el agresivo avance de los alemanes. Para reforzar el frente, la fuerza expedicionaria británica (FEB) entra a Bélgica, pero los soldados ingleses no están preparados para esta clase de batalla. (Por ejemplo, los rifles que ocupan son de cerrojo, mientras que los alemanes cuentan con subfusiles automáticos.) Las fuerzas francesas se repliegan poco a poco y, en la playa de Dunkirk (o Dunquerke), se emplaza a 400 mil hombres de la FEB (el ejército del Reino Unido), a la espera de su retirada y el retorno a su país. Eso fue Dunkerque. Eso fue lo que ocurrió.

La primera imagen que tengo de dicho episodio histórico se la debo a James McAvoy y al director Joe Wrigth, gracias a su película Atonement (2007). En ella, con un magnífico plano secuencia, se muestra lo sobrecogedor y demencial que fue la retirada de Dunkerque. Y no tengo dudas de que Nolan aprende de este plano secuencia. Es cierto, hay elementos dispersos en la película que son grandilocuentes, la gran mayoría técnicos y otros provenientes de la silla del director: cuadros, secuencias y dos o tres elementos de subtexto bien logrados. Pero, diciéndolo más sintetizado, la película se siente como una compañía de ballet varonil, en la que los danzantes se atavían con cascos de soldados británicos de la Segunda Guerra Mundial y son hermosamente fotografiados en película de 70 mm por Hoyte van Hoytema.

La película me perdió antes de llegar al primer nudo de la historia, cuando se hace evidente que a una cinta de guerra se le extrajo el elemento que lo define, la sangre, para ser reemplazada por actores sosos en uniforme, sobre un hecho histórico, que es altamente estimado entre los ingleses.

David Cox, el crítico del periódico The Guardian, con quien coincido al menos en esta ocasión, dice: “Nolan cambia en una mística alimentada por afectaciones tales como calendarios mutilados y cámaras Imax. En la película, las complicaciones de la cronología parecen tonterías, y el entorno naturalista lo expone.” Y es cierto, hay momentos en los que el tiempo, recurso de alta explotación del cineasta, resulta un lastre complejo de entender, haciendo que la narración sea enredada. (Y comprobamos que a Tom Hardy le gusta cubrirse la cara.)

Mención honorífica, repito, merece Hoyte Van Hoytema, quien demuestra sus habilidades como cinematógrafo consagrado que domina proyectar su obra en una pantalla IMAX. En segundo plano, está el aporte de Hans Zimmer, quien no nos sorprende tanto con su música anacrónica, aunque efectiva, para esta historia.

Sin embargo, la mayoría de la gente ha dicho que le ha gustado, la crítica es benevolente y seguro Christopher Nolan estará nominado al Oscar por haber hecho un ejercicio de escuela de cine con un presupuesto de 150 millones de dólares.

El mensaje es benevolente, es una justificación histórica (otra más), una historia que apela a la unión en momentos de crisis, a defender lo indefendible y que la guerra es fea y mala y que debemos erradicarla de nuestra existencia. Pero Nolan, como contador de historias, peca de ingenuo con el mensaje entre líneas y, a mi gusto, raya en la hipocresía. Spielberg lo entendió, Annaud tambien, hasta Kurosawa en su momento: la guerra es cruda y no se puede tapar el sol con un dedo, cuando se trata de conflictos de esa magnitud.

Otro elemento que no puedo perdonar, y que va de la mano de la idea anterior, es la fidelidad histórica. Muchos me dirán que si quieren aprender de historia hay que leer libros o ver documentales. Yo creo que en el momento que alguien decide hacer una película de ficción sobre elementos históricos tiene que ser fiel al evento, no por otra cosa más elevada si no porque se ha comprometido a contar una historia que dialoga con la realidad. Así que  lo mínimo que puede esperarse es que sea fiel al pasado y derive de una interpretación honesta y lo más fáctica posible.

Para cerrar esta perorata, les relato una experiencia en mi segunda vista de la película: unas adolescentes claramente iban a verla porque salía Harry Styles, ex One Direction y parte del elenco, pero terminaron llevándose una experiencia emotiva más allá de su cantante favorito. Quizá cumple un propósito que yo, en mi calidad de crítico y admirador de Nolan, aún no puedo comprender.

 

 

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