Producción: El Muñeco Diabólico (Child’s Play)
Dirección: Lars Klevberg
Año: 2019
Plataforma: Cartelera
En 5 líneas esta película:
Es un reboot
Tiene un origen diferente al de la cinta clásica
Obviamente tiene a un Chucky con nueva apariencia y hasta voz
Es un intento por ofrecer una versión contemporánea
Es entretenida
Siete películas después y en esta época de reboots, era cuestión de tiempo para que el muñeco diabólico tuviera un nuevo inicio. Ahora la maldad del muñeco no viene del voodoo, sino de la tecnología e irresponsabilidad humana. En efecto, estamos ante una versión millennial del clásico de slasher: la empresa que hace al juguete asesino es ahora una especie de Apple y Chucky una especie de Hal9000. Quizá el nuevo diseño del juguete incomode a algunos, pero al menos se le encuentra una solución al problema que se hacía más evidente conforme avanzaba la saga: Chucky tiene un verdadero poder y ya no nada es nada más un muñeco-asesino.
A poco más de treinta años desde en la primera entrega, en la que un asesino en serie realizara un ritual voodoo para transferir su alma a un muñeco tras ser perseguido por la policía (Child’s Play, Holland, 1988), el muñeco diabólico regresa no sólo con nuevo origen, también con nueva apariencia, mitología y hasta voz. Brad Dourif, quien vocalizara al muñeco en las siete películas anteriores, ya no lo es más. La responsabilidad ahora corre a cargo de la demencial voz de Mark Hamill (conocido por ser Luke Skywalker y voz del Joker en Batman: The Animated Series). Mientras que Don Mancini, el creador de la saga, no tiene más referencia en los créditos que la de “basado en los personajes de…”.
En una remota fabrica en Vietnam, un trabajador sabotea el software de un muñeco Buddi (en entregas anteriores conocido como Good Guy) para desquitarse de su jefe. Así que, casualmente, ese muñeco va a dar con la madre de Andy (Gabriel Bateman), Karen (Aubrey Plaza), una cajera en un supermercado, tras ser devuelto por un cliente debido a sus imperfecciones. Es allí donde la madre soltera ve la oportunidad de obsequiarle a su hijo por su cumpleaños algo fuera de su presupuesto.
El director Lars Klevberg y el guionista Tyler Burton Smith exploran la relación de un solitario Andy, entrando a la adolescencia, con Chucky, quien funge no como un juguete cualquiera: su inteligencia artificial le permite ser una especie de compañero al estilo de E.T., el gigante de acero o demás personajes del tipo. Gracias a Chucky, Andy consigue hacer amistad con los otros muchachos del edificio, formando un equipo de amigos como en las entregas de IT o, recientemente, Stranger Things (Netflix).
De la misma manera que las obras antes mencionadas, obviamente todo se desarrolla para que el equipo de chicos se enfrente en algún punto al muñeco diabólico. El origen de la maldad del muñeco es quizá una de las cosas más obvias por el hecho que está de moda (gracias Black Mirror). En las entregas originales se trataba de un suceso simple: el muñeco tenía el alma de un psicópata, así que quería el cuerpo de Andy para volver a ser humano. En la nueva Child’s Play se intenta darle un mayor contexto: Chucky es un robot con un avanzado software que le permite aprender al conectarlo vía USB a un Smartphone o a la nube, como si fuera una Siri, pero también aprende de su entorno convirtiéndose en un Hal9000 que es capaz de controlar otras tecnologías.
Child’s Play intenta dar mayor sustento a las motivaciones de los personajes, con la inclusión del aspecto tecnológico, y cuyo clímax lo demuestra. Sin embargo, la cinta sufre de un contradictorio problema: se aleja deliberadamente de la esencia de las otros filmes, lo cual causará cierta incomodidad en algunos fans, y de la misma manera se siente como una película que ya hemos visto en demasiadas ocasiones. Aunque a favor hay que decir que la violencia gráfica no falta, si bien abusa de los jump scares y el tercer acto es demasiado condescendiente, Child’s Play funciona como un demencial entretenimiento pasajero.