Producción: Érase Una Vez en Hollywood
Director: Quentin Tarantino
Año: 2019
Plataforma: Cartelera

 

En 5 líneas esta película:

Es una cosa posmoderna muy de su director

Tiene un elenco coral espectacular

Es una «carta de amor a los sesenta»

No nos muestra exactamente qué quiere decir

Peca de caer en lo truculenta

 

  

 

Que Tarantino haga una película rara ya no es novedad, es esperado. Y tal vez esa misma cárcel que se construyó el propio director al enamorarse de su estilo único es lo que ya no le permite evolucionar, ni a nosotros sorprendernos. Existen ejemplos claros de otro grandes –y mejores– directores que sí lo han sabido hacer, pero eso es arena de otro costal.

Érase Una Vez En Hollywood es otra demostración que lo de Tarantino es el cine posmoderno, un collage de géneros que pasa por el drama, la comedia involuntaria, la acción y el terror, para aterrizar en la firma única del máximo exponente de este tipo de cine. La diferencia con otros directores que se han visto presa de su propia creación, es que a Tarantino se le sigue celebrando su cine, quizá por atrevido, quizá porque a algunos les sigue funcionando. Esta vez, pareciera que al realizador se le condonan algunos fallos solo por llevar a cabo su nombre de pila.

Sí, la película está lograda con la maestría de un talentoso que va por su décima película. La producción es excelsa: desde la dirección de arte para transportarnos al Hollywood de los sesenta (no que no se haya hecho antes), pasando por la dirección de la lista completa de actores del quién es quién en la industria del cine norteamericano hoy en día, y llegando a buen puerto en un espectáculo visual de planos y cortes. También, la película es un delicioso viaje nostálgico a aquella época de oro de Hollywood donde la misoginia y el racismo no existían, sino que eran parte de esa esa grandeza norteamericana que algunos anhelan hoy en día.

Pero… que alguien con toda franqueza diga si sabe de qué se trató la película.

Al parecer, de nada, más allá de la premisa de la nostalgia ya mencionada. Por ahí también se mezclan las introducciones a algunos personajes, como el llevado a buen puerto por Leonardo DiCaprio, a quien no hay nada qué reprocharle, sino que no nos queda más que seguirle aplaudiendo la maestría que tiene sobre sus emociones, y la del interpretado por Brad Pitt, el cual es básicamente el mismo de Bastardos Sin Gloria (Tarantino, 2009) en su vida después de la guerra. Lo curioso es que estos personajes no se desarrollan en una historia, parecen tener un origen pero no hay viaje, inclusive para el caso de Pitt no hay siquiera una gran pregunta dramática que lo motive, y ninguno de los dos tiene la más mínima agencia en el desenlace de la película, más allá de la ocasión. El desenlace, por cierto, no tiene el más mínimo sentido con lo que vimos a lo largo de las más de dos horas de duración que tiene la cinta. Todo al final se mezcla para hacer un licuado en donde los ingredientes no se fusionan entre sí, sino que quedan flotando como pequeños mojoncitos en todo este merendero de viñetas fabulosas.

Nunca sabremos qué hubiera sido de esta película sin todos esos cameos de actores famosos vivos y muertos. Nunca sabremos qué historia se hubiera contado si el asesinato de Sharon Tate no hubiera sido una cruenta realidad. Esta es en verdad una película de Tarantino, uno de esos milagros que nos entrega la industria moderna del cine: una película que si no la hubiera hecho su director, nunca hubiera visto la luz del día.

 

 

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