Producción: Florence Foster Jenkins (Florence: La Mejor Peor de Todas)
Director: Stephen Frears
Año: 2016
Plataforma: Cartelera

 

En 5 líneas esta película:

Está basada en un personaje real

Desarrolla bien a sus personajes

Tiene buen elenco

Peca de sobreexposición

Es complaciente

 

  

 

Stephen Frears se ha caracterizado por contar historias de naturaleza romántica y compasiva sobre personajes soñadores. Su última película mantiene la misma sintonía: Florence Foster Jenkins fue una miembro de la socialité neoyorkina y cantante amateur, famosa en la escena musical de La Gran Manzana entre los 20s y los 40s del siglo pasado, debido a su reputación como “la peor cantante de ópera de la historia”. Su historia luce tan absurda como viral, digna de pertenecer al salón de la fama del meme, sin embargo, tras la involuntaria comicidad de los hechos se refugia la lucha de una mujer en clara decadencia mental y física debido a la sífilis (contraída a los 18 años cuando se casó por primera vez) y los rudos tratamientos de la época para tal padecimiento, como el consumo de mercurio y arsénico.

El director británico utiliza la pasión y determinación de Florence como ancla moral para la narración de sus hechos; la empatía hacia sus protagonista suele ser total, produciendo retratos humanos y cercanos, así como antagonistas colocados al extremo del otro espectro, lo suficientemente lejos como para que sus voces no tengan peso y sus acciones caigan en lo villanesco.

Durante la secuencia más importante de la película, en la cual su acaudalada y desentonada protagonista, quien ha vivido engañada por su círculo cercano sobre sus reales capacidades para el canto, se presenta por fin en el Carnegie Hall ante un público que no ha sido seleccionado por su marido y representante, desatando la burla masiva dentro de la audiencia, un crítico de The New York Post, escandalizado ante el espectáculo que atestigua, decide abandonar la sala, ofendido por lo presenciado. Rápidamente, el marido, representado por Hugh Grant, lo alcanza para intentar convencer al ofendido desertor que reconsidere su posición respecto a lo ocurrido, ya que una mala crítica de parte de la prensa en manos de Florence puede repercutir seriamente en su condición.

El marido pide una reconsideración, después suplica, y como último recurso, propone el soborno. La simpatía de Frears hacia sus protagonistas dicta una moral maquiavélica en la que todo lo que sea necesario para que los sueños y el bienestar de sus héroes prevalezca es válido, y este fuerte sentido de deuda hacia los personajes diluye el compromiso e interés de la audiencia, que se ve desprovista de opinión propia respecto a lo que observa, pues alguien ya se ha encargado de definir los bandos y hacia donde deben ir dirigidas las porras. No es un pecado grave en sí, en este caso, es natural valorar los méritos de Florence (y Meryl Streep) para desear que sus deseos se hagan realidad, pero esa misma aura reduce los conflictos del resto de los integrantes del historia a un nivel fabulesco, en el cual el realizador británico se siente cómodo y el espectador, a salvo de cualquier yuxtaposición comprometedora.

 

 

 

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