Cuando se piensa en el género fantástico, Harry Potter, Frodo Baggins o Daenerys Targaryen son los primeros que suelen venirse a la mente de la gran mayoría de las personas. Pero poco tienen que ver estos personajes tan populares con lo que uno de los más renombrados teóricos literarios de nuestra era, el búlgaro y francés Tzvetan Todorov, entiende como lo auténticamente fantástico: “O bien el diablo es una ilusión, un ser imaginario, o bien existe realmente, como los demás seres, con la diferencia de que rara vez se le encuentra. Lo fantástico ocupa el tiempo de esta incertidumbre.” Al aplicar este criterio a Potter, Baggins o Targaryen se vuelve evidente que estos personajes pertenecen a mundos ficcionales en los que, si se es estricto, no existe lo sobrenatural.

Independientemente de que estos personajes habitan en realidades con reglas diferentes a las de la nuestra, la magia y los milagros no tienen nada de especial para un estudiante de Hogwarts, un amigo de Gandalf o la Madre de los Dragones. Estos seres, sobre cuyos mundos y de cuyas naturalezas extraordinarias no se duda, no alimentan ningún misterio y se encuentran más cerca de un esquemático producto de Marvel el sello de todo ser maravilloso que de, por ejemplo, La Historia Interminable, de Michael Ende, obra fantástica por antonomasia, puesto que se basa enteramente en explorar la ambigüedad en cuestión.

Sobre la ausencia de misterio en lo maravilloso, dice Todorov: “En cuanto se elige una de las dos respuestas, [entre lo ilusorio y lo sobrenatural] se deja el terreno de lo fantástico para entrar en un género vecino: lo extraño o lo maravilloso.” Sí, por más maravillosos que sean los superhéroes, son tan funcionales (y predecibles) como los héroes, semidioses, dioses, titanes y monstruos de cualquier mitología. Y no es distinto con los tres ejemplos que se mencionan al principio. Respecto a lo extraño, no toca abundar en esta ocasión.

Este 28 de noviembre Netflix estrena la segunda temporada de Glitch, producción australiana, que recuerda mucho a la película francesa Les Revenants (Campillo, 2004) y al famoso serial televisivo homónimo que se deriva de esta. La idea común de la que parten las tres historias es una muy antigua: la resurrección. En otras palabras, ¿qué pasaría si personas muertas en distintas épocas comenzaran a aparecer en sus comunidades, sin explicación alguna, confluyendo hacia un mismo punto en el tiempo? Si seguimos la reflexión de Todorov, un escenario así y no uno ornamentado con dragones y elfos (u otros dogmas religiosos), es el que lleva a vivir el asombro que provoca lo fantástico, entiendido por el filósofo como “la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural”. Vacilación que en Glitch sirve para humanizar a los personajes y construir el suspenso.

Para quienes conocen las versiones de Les Revenants (o el remake fallido The Returned, de A&E), es importante tomar en cuenta que Glitch no es una copia de sus predecesoras. Situada en un pueblo de Australia, retrata un pasado y una realidad social distinta a la de México, Francia o Estados Unidos. Con un reparto coral, conformado por personajes entrañables y construidos con atención al detalle, esta serie hace reír, llorar y cuestionarse sobre lo que significan la muerte, la memoria, la identidad y el cambio. Ojalá que en su nueva temporada se lleve todo lo logrado en la primera a nuevas alturas o, si no da para más, al menos hacia una conclusión digna.

 

 

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