Producción: Honey Boy
Dirección: Alma Har’el
Año: 2019
Plataforma: Cartelera

 

En 5 líneas esta película:

Está basada en las propias memorias de Shia LaBeouf

Es emotiva

Hace un interesante retrato sobre la redención

Es honesta y no intenta juzgar

Puede ser un proyecto de vanidad de su creador

 

  

 

“Heredé de mis padres un odio a mi mismo… Se manifiesta en mi pésimo comportamiento porque inconscientemente creo que merezco un castigo, pero al ser famoso nunca me castigan y entonces me comporto aún peor”, no, no fue algo que dijo Shia LaBeouf, fueron las palabras de Bojack, protagonista de la serie animada Bojack Horseman, al terapeuta de su rehabilitación en un acto de honestidad consigo mismo durante los primeros episodios de la última temporada. Estas palabras vienen al caso porque dicha serie, recientemente concluida, se relaciona (y parodia) la situación de muchas celebridades de Hollywood, entre ellas la que aquí nos incumbe.

Hace poco en Judy (Goold, 2019), vimos una versión dramatizada de la atormentada vida de la estrella clásica de cine Judy Garlad. Una cinta que bien podemos equiparar temáticamente con su contemporánea Honey Boy: Un Nniño Encantador (2019) –primer largometraje de la israelí-estadounidense Alma Har’el– al tratar ambas sobre las consecuencias adultas de un explotado niño actor. Sin embargo, lo interesante de la cinta de Har’el es que su relato viene directamente de la fuente, es decir, de las propias memorias de su protagonista: el actor de apenas treinta y tres años, Shia LaBeouf.

Sería hablar superficialmente de Honey Boy si la catalogamos como una biopic o, incluso, una autobiografía. En realidad, estamos ante un ejercicio de autoayuda, cuyo origen se encuentra en lo tiempos que LaBeouf pasó en una clínica de rehabilitación y parte de su terapia era escribir esas memorias que tanto le atormentaban. ¿El resultado? Un guion donde el actor y guionista intercala sus días de mayor fama (se ve una versión de LaBeouf interpretada por Lucas Hedges en el set de una película de gran presupuesto, la cual inmediatamente nos remite a Transformers) y eventual rehabilitación, con sus tiempos de un prometedor niño actor (aquí interpretado por Noah Jupe).

Los escándalos, problemas y excesos del protagonista Otis –como el actor se renombra a sí mismo en la película– son, según le informan en la clínica, causa de un estrés postraumático. “¿Por qué alguien con dinero, fama y reconocimiento tendría estrés postraumático?”, se pregunta Otis y todos nosotros. Allí es cuando conocemos la disfuncional relación del pequeño protagonista con su padre, James (interpretado por el mismo Shia Labeouf), un hombre poco más que patético y odiable, en apariencia.

James funge como una especie de chaperón para Otis sin darse cuenta que le hace más daño que beneficio. James ve su hijo como una salida a su ya de por sí fracasada vida como payaso de rodeo y una fuente de dinero para alguien alcohólico y acusado de abuso sexual. Las propias inseguridades y frustraciones del progenitor se reflejan en críticas y reproches disfrazados de consejos hacia su hijo; hay un evidente conflicto interno en James al chocar su interés en el éxito de Otis para salir de esa fracasada vida con su constante sentimiento de frustración echado en cara por el mismo éxito del niño.

Labeouf, sin embargo, intenta no juzgar ni reprochar implicando sutilmente que los conflictos internos de su padre se deben a un turbulento pasado, generando así adicciones, excesos y odio hacia sí mismo; hábitos y sentimientos heredados a su hijo. Un ciclo que pareciese repetirse y con un LaBeouf pretendiendo romper la rueda. Es allí donde entra otra cuestión, la película al tener su origen en un ejercicio terapéutico podrá para algunos parecer más un asunto de presunción, dado la controvertida figura que representa Shia Labeouf.

Sea una u otra, la directora Alma Har’el logra un gran drama con la emotividad suficiente para empatizar con los personajes y olvidar el hecho que todo gira alrededor de LaBeouf, quien, dicho sea de paso, ofrece una interpretación honesta la cual se esparce al resto del elenco y hasta nosotros los espectadores. Al igual que BoJack, lo más cercano a una solución es ser honesto con uno mismo, no hay nada más humano que errar.

 

 

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