Producción: House of Cards, Sexta Temporada
Creador: Beau Willimon
Año: 2018
Plataforma: Netflix

 

En 5 líneas esta temporada:

Vuelve con Claire como protagonista

Sorprende con la introducción de Diane Lane

Se siente como un guión forzado

Tiene un final anticlimático

Termina por matar House of Cards

 

 

 

Ya muchos esperábamos el regreso de House of Cards. En su sexta temporada, Claire Underwood (Robin Wright) llega a la presidencia de los Estados Unidos luego de la inesperada muerte de su marido Frank (Kevin Spacey), para quien ella solía ser vicepresidente. Claire, como primera presidenta de EE.UU. tiene que dejar una huella histórica, pero parece que no será la que todos esperamos.

Pocas maneras había de resolver la desaparición de Kevin Spacey del programa y la muerte fue la más coherente, mas el personaje de Frank no muere. No me refiero a las referencias que hacen a él durante toda la temporada, sino en cómo adaptaron el personaje de Claire para ser protagonista. A pesar de que el guión busca darle profundidad a su personaje a través de flashbacks, el forzarle los hábitos de Frank al personaje de Claire lo vuelve más plano en cada episodio.

Los personajes femeninos secundarios siguen siendo los más fuertes, y con la introducción de Diane Lane al reparto esto se hizo mucho más evidente. No pretendo criticar la actuación de Robin Wright (¿quién podría?), pero cuestiono a los guionistas, quizás demasiado acostumbrados a hacer personajes femeninos secundarios contundentes, pero no lograron aplicarlo a uno protagonista. No se puede forzar la complicidad a una audiencia. Claire nos cautivó de tantas otras maneras en las temporadas pasadas que quizás pusimos demasiadas expectativas sobre su protagonismo. Y, como ella misma lo dice, convierte su personaje en la pesadilla de todos los clichés que podrían temer de una mujer en la Casa Blanca. Una salida fácil, no hay error cuando declaras en tu programa que no será bueno.

Llena de fantasmas y nudos dramáticos aleatorios, la única salida fue lo que llamo síndrome de Lost  –dígase de una serie que complejizó tanto su guión con eventos injustificados que el final está destinado a ser malo–. Lo único rescatable de estos enredos narrativos es la aparición del Presidente Petrov (Lars Mikkelsen) que, aunque injustificada, resulta refrescante.

Después de cinco años, la última temporada es algo de no perderse, es seguro. Si antes evidenciaba la perversión detrás de la política, la construcción casi caricaturesca de Claire evidencia que en el paradigma estadounidense, y como lo vimos en las elecciones, lo único peor que un presidente como Trump, sería una mujer.

 

 

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