Producción: Judy
Dirección: Rupert Goold
Año: 2019
Plataforma: Cartelera
En 5 líneas esta película:
Es una biopic de Judy Garland
Intenta alejarse de las convenciones del género
Tienes destacadas secuencias musicales
Tiene un gran protagónico
Es de guion irregular
El actor Marlon Brando alguna vez comentó lo siguiente: “La mayoría de la gente exitosa en Hollywood son un fracaso como seres humanos”. A los trece años, Frances Gumm, o como después todos la conoceríamos, Judy Garland, firmó un contrato con una de las grandes productoras, Metro-Goldwyn-Mayer, y a los dieciséis protagonizó una de las películas más importantes del cine, El Mago de Oz (Flemming, 1939), convirtiéndose desde joven en una estrella.
Por esta razón los ejecutivos la trataban más como un producto que como un ser humano, sometiéndola a extremas dietas, dándole anfetaminas para los rodajes y barbitúricos para dormir, y controlando cada aspecto de su vida; sus cumpleaños, por ejemplo, eran representaciones en un estudio con un pastel que la actriz no podía comer o su noviazgo impuesto con el también joven actor Mickey Rooney, todo para mostrar al público un modelo ejemplar de la estrella adolescente. Esto la llevó a tener una complicada vida adulta, con adicciones y trastornos mentales. La frase de Brando podría referirse a casos como los de Garland, pero probablemente esté más cerca de aquellos ejecutivos que ponen el éxito por encima de la vida de una persona.
Adaptada por Tom Edge de la obra de teatro End of the Rainbow de Peter Quilter, dirigida por Rupert Goold y protagonizada espléndidamente por Reneé Zellweger, Judy es una biopic que intenta alejarse de los convencionalismos del género. En 1969, la otrora icono de Hollywood y figura central del star-system de la MGM se encontraba en bancarrota, sin hogar, fatigada, lidiando con su cuarto divorcio por la custodia de sus hijos y nadie dispuesto a contratarla debido a los diversos escándalos que involucraban adicciones, irresponsabilidades y hasta intentos de suicidio. Lo más valioso que tenía era sus hijos y lo único que aún le quedaba de sus mejores días era una fama, que la convertía en blanco fácil, y su voz, una que los excesos poco a poco deterioraron.
Judy se centra en los últimos años de carrera y vida de una artista que generó enormes ingresos monetarios a una compañía de cine, a ejecutivos, productores, directores y demás gente involucrada en la industria. Esa misma gente que influyó para que Garland desarrollará sus adicciones e inseguridades, y que varios años después se rehusarían a contratarla. En la película, su última oportunidad para hacer algo de dinero y comprarse una casa para vivir con sus hijos parece estar en Inglaterra, allá aún provoca expectativas en el público y hay más de un empresario dispuesto a invertir en ella, porque, en palabras de Judy, “los ingleses están locos”.
Su estadía ahí consiste en ser el acto principal del club nocturno Talk to the Town, donde la propia Zellweger interpreta las clásicas canciones de Garland en una serie de contrastes: algunas noches ella sale al escenario espléndida y ofrece una tremenda presentación, en otras sale tambaleándose e insulta al público. Las interpretaciones de Zellweger en el escenario son cosa aparte, la actriz de El Diario de Bridget Jones (Maguire, 2001) nos hace imaginar que estamos viendo a la verdadera Judy.
En estas secuencias musicales hay pocos cortes dejando que Zellweger cargue con la responsabilidad de interpretar de principio a fin las canciones. Para alguien que conoce la carrera de Garland puede que esto sea suficiente para manifestar sus inestabilidades, sin embargo, Goold y Edge incorporan flashbacks a la adolescencia de Judy (interpretada aquí por Darci Shaw) que incluyen su paso por el colorido set de El Mago de Oz, así como sus intimidantes pláticas con Louis B. Mayer. Lo cierto es que el director y el guionista intentan poner énfasis en la parte humana de Garland dentro de una cruel e hipócrita industria.
La estructura de la cinta está planeada para que funcione por sí sola, es decir, el espectador común no está obligado a conocer a Judy Garland ni ninguna de sus películas, y si se le conoce se agrega un ingrediente de nostalgia, nada más. Las virtudes de la película no están en lo cinematográfico, en ese sentido Judy se queda en el intento de hacer una biopic no tan convencional, sino en la esencia de las interpretaciones. La mano de Rupert Goold como director de teatro se ve reflejada ahí, sacándole el mayor provecho a Reneé Zelweger.
En general, Judy es un conmovedor retrato a la parte humana de una celebridad vencida. Un lugar común, quizá, es aquella situación en la que un artista solo quiere vivir cotidianidades, como prepararse el desayuno o viajar en autobús. Pero a través de eso la película nos ofrece la mejor secuencia no musical y su involuntaria representación como icono gay: Judy prefiere cenar con dos de sus fans, una pareja gay que solo quería un autógrafo, en vez de tomar una copa con su asistente, aún así Garland pregunta con timidez si no es una molestia. Zellweger proyecta magníficamente este tipo de inseguridades, empero, también lo hace con los talentos y triunfos de alguien en algún lugar sobre el arcoíris.