Producción: Kidding
Creador:  Dave Holstein
Año: 2018
Plataforma: Showtime

 

En 5 líneas esta serie:

Es un dramedy

Tiene a Jim Carrey en uno de sus mejores papeles

La dupla Carrey/Gondry se reencuentra.

Tiene una detallada producción y dirección

Cuestiona los valores de la satisfacción y la felicidad en nuestra sociedad

 

   

 

Recuerdo ver el póster de Ace Ventura: Pet Detective pegado en un videocentro. Era el primero de los carteles que tendrían a Jim Carrey como protagonista de una década. Pero el ocaso del comediante canadiense empezó con un relevo generacional en Hollywood que él mismo no supo manejar y terminó interpretando papeles solo para estar a flote en el medio. La constante depresión, el abuso de drogas y el luto en su vida privada lo pusieron en un extraño periodo de aislamiento y especulación mediática. En algunas entrevistas se puede ver el proceso de degradación e inquietud que vivió, así como en el documental Jim & Andy, un sobrio testimonio acerca de su vida pasada y reciente. El hombre de energía escénica, de icónica plasticidad y carisma, parece que terminó dibujando sombras de lo que un día fue.  ¿Quién es Jim Carrey ahora?  Kidding puede que nos responda algo al respecto.

Kidding trata sobre Jeff, también conocido como el Sr. Pickles. Este último es un personaje de la televisión infantil, una imagen conservadora y amable de una empresa familiar que ha sabido explotarlo. Y Jeff, el hombre detrás, es un tipo lastimado por la pérdida, vive escondiendo su ira y cubriendo de ingenuidad una profunda angustia. La disociación Jeff/Mr. Pickles es el hilo conductor de la historia, mas no su totalidad, pues el relieve de este argumento también se deja sentir con el trasfondo de una familia disfuncional y los arrebatos de una industria del entretenimiento que solo admite una falsa felicidad productiva y reprime las verdaderas catarsis.

Le escuché al filosofo Slavoj Zizek que: “La experiencia melancólica definitiva es la experiencia de la pérdida del deseo en sí mismo». Una experiencia que ya parece haber tocado mucho la vida de Carrey y ahora ha aprendido a exponer como una metáfora sobre un titiritero que al mismo tiempo es la marioneta. La insatisfacción personal del comediante resuena en esta interpretación aun más que en otros papeles, donde ya había dibujado pinceladas de su dolor interno. El guión aprovecha la complejidad de la pugna entre personaje y persona. La dirección, aunque no fue total de Micheal Grondry, lleva todo su sello: espléndidas secuencias y esa carga onírica intrínseca en la realidad más apabullante.

Este trabajo es el reencuentro de una talentosa pareja en otros términos, más introspectivos y preocupados por contarnos sobre la frivolidad de la felicidad moderna; sobre el constate derroche de gracia y gozo que debe tener una figura pública con el objetivo de evangelizar a una sociedad en el canon del deseo. De la perversa obligación de gozar a pesar de haber perdido el objeto del mismo gozo. De la ira, la nostalgia y la melancolía como nutrientes de una conciencia en busca de una vida ecuánime.

 

 

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