Producción: La Forma del Agua (The Shape of Water)
Director: Guillermo del Toro
Año: 2017
Plataforma: Cartelera

 

En cinco líneas esta película:

Es de fantasía y romance

Es una obra íntima y personal

Usa al género fantástico como metáfora

Tiene buenas actuaciones

Es un poco cursi y cae en lugares comunes

 

   

 

Con la temporada de premios encima, uno de los estrenos más anticipados por los mexicanos era sin duda La Forma del Agua, que pudo verse el año pasado de manera limitada en el Festival de Cine de Morelia, y que al fin llegó a salas comerciales. Guillermo del Toro es un director sui generis, que por su propuesta de cine fantástico, monstruos y criaturas épicas, quizá no es el gusto de todos. No obstante, la emoción por la idea de ver al mexa levantar un Óscar como mejor director luego de Cuarón e Iñárritu, avivó toda esperanza en el filme.

La Forma del Agua es una historia de amor entre una princesa sin voz y una criatura anfibia del Amazonas. Esta criatura nace después de que el director tapatío vio en su infancia La Criatura de la Laguna Negra (Arnold, 1954) y quedó decepcionado por su trágico final.

Pero no es la primera vez que se nos muestra a un monstruo con sentimientos; ya desde 1935 James Whale presentó La Novia de Frankenstein, donde el monstruo creado por el científico loco consigue una pareja, misma que le rechaza y lastima sus sentimientos. Desde entonces, la idea de los monstruos, los vampiros o los hombres lobo enamorados han ocurrido en muchas versiones, unas mejores que otras desde luego. La Forma del Agua ocurre en los mejores términos.

Del Toro es un ñoñazo de la fantasía y el terror, y de ahí encamina su imposible historia de amor a buen puerto, recordando que en los inicios del género, el monstruo representaba un miedo latente al otro, al desconocido o al marginado. Elisa es una mujer joven y tímida, muda de nacimiento y además huérfana, cuyos únicos amigos son su compañera de trabajo, Zelda (Octavia Spencer), una mujer afroamericana, y su vecino Giles (Richard Jenkins), un hombre homosexual de edad avanzada. Tras la llegada de una criatura sin nombre, Elisa encuentra en el otro con quien compartir una calidad de diferente, y por primera vez se siente plena dentro de su rutinaria vida. La aventura de amor tropieza por la intromisión del Coronel Strickland (Michael Shannon), un hombre recto, obediente y fanático del establishment, que representa al estatus quo del Baltimore de principios de los sesenta que el director nos recuerda a cada oportunidad. A la aventura se une el Dr. Hoffstetler (Michael Stuhlbarg), un hombre con una fuerte admiración y curiosidad científica por la criatura y su origen. Todos ellos mueven la historia desde su propia lucha: sea el mantener el orden, el ayudar al que no puede, el fascinarse con lo extraordinario o el amar sin prejuicios.

La música y la televisión se usan para dar voz a Elisa y externar sus sentimientos; Del Toro nos cuenta una fantasía que bien podría ocurrir en la mente de ella –quien por cierto aparece por primera vez a cuadro en una onírica escena subacuática–. La lucha del monstruo se vuelve la lucha de los demás y cada uno encuentra un momento en el cual pronunciarse frente a la injusticia. Hacia el final la historia nos borra todo rastro de realidad, porque tampoco es que Del Toro cuente historias que puedan reconciliarse con la lógica que impera en este mundo. Él apuesta a lo improbable, lo imposible y deja en duda la verosimilitud de lo que hemos visto, aunque al verlo en pantalla su existencia es innegable.

Entrarle al cine de Guillermo Del Toro es entrar a su imaginación, así como ver esta película es entrar en la mente de Elisa, y ahí todo vale. Sí es o no su mejor película o una obra maestra, dependerá de cada quién y de la relación que uno tenga con su cine, pero sí es la más personal y visceral de sus historias y eso la hace auténtica y adorable.

 

 

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