Producción: Sicario, Día del Soldado
Director: Stefano Sollima
Año: 2018
Plataforma: Cartelera
En cinco líneas esta película:
Una cinta más del verano de Brolin
No está a favor del muro, tampoco en contra
Es la primera de Sollima en inglés
Es más compleja que la primera
La dirección es práctica, no hermosa (como con Villeneuve)
Se dice que la historia de Estados Unidos está determinada por las fronteras: el Ohio, los franceses en la Luisiana, la naturaleza y nativos al oeste y México al sur. Una vez que se estableció como nación, esta última frontera ha significado una gran incógnita a la fecha y una de las causas de temor desde mucho tiempo atrás. La historia de México siempre ha estado relacionada con una derrota relatada y su convulsa política interna. Marx dijo alguna vez, que el capital es una maquinaria que no deja de moverse; los grupos delictivos saben esto, se dice que lucran sin mirar de dónde venga ese capital y su obstáculo final en este intrincado juego de geopolítica contemporánea es la frontera entre estas ambas naciones.
Después de que un inmigrante ilegal se inmolara en el desierto, además del hallazgo de tres alfombras de oración enfiladas al este, siguió un atentado en un supermercado de Kansas. El gobierno de Estados Unidos demanda una respuesta y en vista de que la amenaza proviene del sur de su frontera, se requiere alguien experimentado en los movimientos de México, Matt Graver (Josh Brolin). Graver tiene un plan que incluye a Alejandro (Benicio del Toro): raptar a la hija de un prominente narco y así empezar una guerra entre carteles. La operación empieza bien, sin embargo, cuando llega el momento de atravesar al otro lado , el equipo de Graves y Alejandro deberán superar la prueba de la frontera, que como Anubis y su balanza, decide quién pasa.
Si la entrega original fue magistralmente hecha, tanto puesta en escena como en términos de concepción, la segunda entrega intenta iniciar una discusión sobre tráfico de drogas, terrorismo e inmigración, temas tan álgidos en las relaciones entre los dos países retratados que pareciera como una suerte de provocación entre tanta violencia que se produce en la cinta, aristas que la hacen más compleja que la primera. Este detalle es importante, puesto que no es una película de acción, es una cinta violenta y no es que estos temas no lo sean, la idea de la cinta es intentar retratar estas problemáticas desde ambas perspectivas, aunque queda solo en intención, puesto que siempre es desde la perspectiva estadounidense y la mexicana es prácticamente ignorada. Y luego está nuestra lectura sobre la frontera, un elemento del que hay pocas menciones y solo unas secuencias, como si no existiera, pero es el demiurgo del sueño americano; sus dos caras, ambas viendo a sus respectivos lados, inclusive a estos dos personajes que llegarán a un impasse, y en la que es imposible hacer un juicio de facciones.
Stefano Sollima presenta impecablemente el filme. Taylor Sheridan (Hell or High Water, 2016) regresa para darle más complejidad a su universo. Darius Wolski (Prometheus, 2012) entra en remplazo del maestro Roger Deakins y, finalmente, en la música llega Hildur Guðnadóttir, una chelista islandesa quien realiza un trabajo en la composición musical sorprendente en reemplazo Jóhan Jóhansson (Sicario).
Acabada la cinta me acordé de un par de cosas. La primera es que todas estas secuencias y situaciones son parecidas a un juego que ya tengo tiempo jugando, Ghost Recon Wildlands, inclusive las secuencias más sangrientas. Luego está el detalle de que Sollima fue el director elegido para la primera entrega de la adaptación de los videojuegos de Call of Duty, y me recordó la escena final del pianista, el Holocausto ya pasó y la vida, como si fuera una farsa, debe continuar.