La maroma estelar es un late show inusual cuya propuesta es invitar a un público joven a reír y reflexionar sobre asuntos sociales y políticos. Lo conduce el politólogo Hernán Gómez Bruera y el rockstar del stand up Carlos Ballarta. Tiene analistas invitados, sketch, entrevistas, reportajes y stand up.

Este show ha sido recientemente acusado de ser propaganda con recursos estatales por hacer una parodia de la analista Denise Dresser, quien es crítica del gobierno en turno. Si bien, los conductores en algún momento se han declarado seguidores de la izquierda, y en el caso especifico de Hernan, ser partidario de este gobierno, me parece que aun falta madurez en ambos lados de la ecuación. La propuesta de este programa es algo que en el duopolio nunca ocurriría. Con recursos privados la comedia no siempre es más libre como podría creerse, la lista de propuestas vetadas y propaganda es grande ahí. La TV abierta muere por audiencia y traer otras perspectivas siempre es tan necesario como arriesgado, además de que no se puede hacer sátira sin ofender al satirizado y sus intereses. Pero también hay que decir que este show necesita sacudir su propia linea y demostrar que la ligereza va de adentro hacia afuera; despejar dudas con la paridad de un canal público. Para eso se necesitan más que un par de chistes de Ballarta sobre AMLO, hay que demostrar que se puede salir de la comentocracia sin crear su propio séquito de cómodo análisis.

Atrás se quedaron los tiempos del poder monolítico cuyo contrapeso cómico eran las carpas y comediantes como Jesús Martínez Palillo. Otro gobierno, otra comunicación y una sociedad que no tenía ninguna oportunidad de opinar de todo con solo unos clicks. Cada que Chumel Torres es trending topic, que Vampipe saca un meme, que Brozo hace una entrevista, que un standupero hace un chiste, me pregunto si en México tenemos sátira política. Y si la tenemos ¿entendemos lo que es? Si la partición del poder y nuestros destellos de democracia joven automáticamente nos han puesto a la vanguardia de la libertad de expresión y si somos responsables con ella.

Solemos poner toda la obligación en el otro, en el que está frente a la pantalla o en el escenario. Y esos pueden ser partidarios o no, chayoteros o no. Pero ¿y los que estamos atrás? ¿Sabemos de qué sí y de qué no nos reímos?  Un chiste solo existe en el espacio creado entre el emisor y el receptor, no en el papel. La comedia encuentra los absurdos, pero cuando se torna política y social, encuentra absurdos colectivos. Ahí participamos todos. No podemos aislarnos cuando exista una burla en ese sentido, no podemos ofendernos simplemente porque esa parte de la realidad social nos la hemos tomado como íntima. Pero sí podemos reflexionar si aquello risible solo provoca y no propone. Mientras se ponga demasiada importancia en lo abiertamente somero y se les exija a los comediantes ser responsables con nuestras ideas y no con las suyas, será difícil salir del prejuicio y la incredulidad ante la risa del otro.

 

 

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