Producción: La Momia
Director: Alex Kurtzman
Año: 2017
Plataforma: Cartelera
En 5 líneas esta película:
Es la primera película del Dark Universe
Tiene secuencias de acción genéricas
Ofrece todas las fórmulas trilladas del blockbuster
Tom Cruise por momentos es chocante
Si acaso, califica como una película palomera
En esta época donde los remakes, reboots, secuelas y precuelas inundan el cine, parece que las productoras han encontrado en los universos compartidos la formula idónea para asegurar los ingresos de su producto. Al más puro estilo del cine de superhéroes (Disney con Marvel y Warner Bros con DC Cómics), Universal aprovecha a sus monstruos clásicos –Drácula, la Momia, Frankenstein, et. al.– para crear su propio universo llamado Dark Universe. Al parecer esta formula permite iniciar una franquicia con una o hasta dos oportunidades si el primer intento no fue lo que se esperaba (recordemos a DC Comics) al garantizar por lo menos un cierto numero de producciones, un negocio atractivo a decir verdad y la productora de los grandes clásicos del terror no lo quiere desaprovechar.
La cinta de Alex Kurtzman (guionista de Transformers, Star Trek y El Sorprendente Hombre Araña 2) es un revoltijo de varias cosas: una historia de aventuras a lo Indiana Jones, una película de acción a lo Tom Cruise, una comedia, una referencia a An American Werewolf in London (John Landis, 1981), zombies, una cinta de horror si sobra espacio y, claro, no puede faltar el romance, con todo y una especie de absurdo triangulo amoroso; sin embargo en ninguno puede cuajar, y es mucho más difícil si la historia y el guion se realizan entre seis personas.
Lejos de la esencia original del monstruo iniciada por la película de Karl Freund en 1932, donde la maldición se origina por amor cuando el protagonista intenta revivir a su amada y es embalsamado vivo por cometer sacrilegio, aquí, el origen del eventual monstruo (Sofia Boutella, en una versión femenina) desde el inicio es malvada, al hacer pacto con Seth, el dios de la muerte, con el único fin de conseguir el trono. Ya en la actualidad, el personaje de Tom Cruise, Nick Morton, es un mercenario en busca de antiguas reliquias para venderlas en el mercado negro, después de un par de gratuitas escenas de acción, su búsqueda lo lleva hasta una misteriosa tumba donde despierta la maldición y con ayuda de una arqueóloga (Annabelle Wallis) intentan detenerla. Esta dupla no puede ser más genérica, con la típica damisela en apuros y la relación entre el desenfadado e irreverente aventurero –y un Tom Cruise a veces medianamente simpático y el resto chocante– y para rematar está la cauta mujer de conocimientos que trata de apaciguarlo.
El impacto de la mitología de la Momia queda reducido a un exceso de CGI y explosiones cada dos minutos, el monstruo pasa a ser un villano cualquiera en el que ya da igual si es una momia, un demonio o lo que sea, olvidándose de su pasado y de los elementos egipcios. Al igual que el filme producido por Hammer en 1952, la acción se lleva a Londres, empero de poco importa la ciudad en la cinta de Kurtzman, la cual en algún punto la vemos siendo devastada –ya toda una costumbre en producciones de este tipo–, y sólo sirve para introducir al personaje de Russel Crowe, el Doctor Jekyll, como la pieza clave para conjuntar dicho universo (un Nick Fury del Dark Universe para acabar pronto). La historia avanza con mucho esfuerzo debido al absurdo de sus momentos (momias nadadoras, por ejemplo) y siempre refugiándose en la acción y la pirotecnia.
La intención es competir con los otros universos compartidos, pero parece que hasta en la destrucción se tiene que equiparar. Tal vez con un tono más solemne La Momia tendría más interés en estas épocas donde un blockbuster no es blockbuster sin explosiones y una ciudad hecha trizas, pero ni al entretenimiento cómico ligero de la cinta del 1999 protagonizada por Brendan Fraser llega; y ya ni se diga Boris Karloff o las cinta de Hammer. El objetivo es llenar salas y si usted busca una película para comer palomitas sin más, esta es la opción. La Momia se siente como un mero producto que intenta satisfacer de la manera más obvia a los espectadores y no como el intento de revivir las viejas glorias.