Producción: La Monja (The Nun)
Dirección: Corin Hardy
Año: 2018
Plataforma: Cartelera

 

En 5 líneas esta película:

Es la quinta película del universo de El Conjuro

Es la segunda en la cronología

Busca los sustos fáciles

Es, por momentos, incongruente

Se siente oportunista para la franquicia

 

 

 

El tan esperado segundo spin off del universo compartido creado por James Wan ya está aquí y, para infortunio de muchos, es bastante malogrado. La mentada monja del título la vimos por primera vez en el prólogo de la secuela de la película que inició todo: El Conjuro (Wan, 2013). Ahora, la cinta dirigida por Corin Hardy, que inaugura la tercera franquicia de los casos Warren, ocupa el segundo lugar cronológico, pero quizá el último en calidad.

Estamos ante una historia ambientada a principios de los años cincuenta. El padre Burke (Demián Bichir) es el elegido por los altos mandos del Vaticano para investigar el extraño suicidio de una monja, en una recóndita abadía de Rumania. Por alguna razón, se le asigna la ayuda de una joven novicia, la hermana Irene (Taissa Farmiga, sí, hermana de Vera Farmiga, quien interpreta a Lorraine Warren), con ideas un tanto liberales (justo en su primera escena le vemos dar su aguda opinión sobre la biblia a un grupo de niños). Para ello, necesitan las indicaciones de Frenchie (Jonas Bloquet), el granjero francocanadiense quien encontró el cuerpo ahorcado de la madre a investigar, y la excusa para hablar inglés en Rumania. La realidad es que la abadía es la última defensa de este mundo contra un portal infernal, el cual fue reabierto por los daños que sufrió la construcción a causa de un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial.

Por supuesto, nuestro trio de protagonistas no saben eso y se hospedan en el lugar para seguir con su investigación. Y ya. El resto de la película es un mero relleno para un montón de predecibles, aunque a veces efectivos, jump scares. Lo más destacado en la narrativa tiene que ver con el portal, cuyo antecedente lo tiene en la Era Oscura durante las cruzadas. Hardy, por un lado, construye el terror a base de sobresaltos y para ello recurre a todas las herramientas y lugares comunes del género. En ciertas secuencias logra una atmósfera sombría; vemos a la monja entre sombras con sus penetrantes ojos amarillos, sin embargo, igual se llega al mismo punto: el jump scare.

La Monja está lejos del suspenso que creaba James Wan en El Conjuro. Es ese tipo de película donde la idiotez de los personajes es necesaria para que la historia avance. La cinta, en general, se siente como un campo de oportunidad que vio Warner y James Wan: un par de secuencias que todos pensaron escalofriantes en El Conjuro 2 fueron suficiente para que la productora y el cineasta se decidieran a hacerle su propia película, considerando al parecer más lo que el público espera que en hacer una película que extienda narrativamente el universo Warren.

Y lo consiguen. Son sustos fáciles que inevitablemente resultarán en el espectador predispuesto a asustarse hasta con la más mínima provocación. Lo de Bichir y Farmiga es rescatable dentro de sus papeles de religiosos-investigadores, mientras que el personaje Franchute es el bufón de la historia que sirve como (insoportable) recurso con chistes que, parece, Hollywood los tiene escritos en algún manual listos para su reciclaje. Si El Conjuro funcionaba era por la manera sencilla en que manejaba lo sobrenatural, al estilo de The Changeling (1980, Peter Medak), The Innocents (1961, Jack Clayton) o, incluso, The Amityville Horror (1979, Stuart Resenberg), sin innecesarias exageraciones tipo El Código Da Vinci. En esta ocasión, la principal arma de nuestros héroes es la sangre de Cristo, con eso le digo todo.

 

 

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