Producción: La Muerte de Stalin (The Death of Stalin)
Director: Armando Iannucci
Año: 2018
Plataforma: Cartelera

 

En 5 líneas esta película:

Es una sátira política de época

Está inspirada en la homónima novela gráfica francesa

Es una comedia oscura, no exenta de pasajes de brutal gravedad

Cuenta con un elenco de lujo

Es una clara muestra del humor británico más feroz

 

   

 

Habituado a la sátira política, tanto en cine como en la televisión a ambos lados del Atlántico, el británico de ascendencia italiana, Armando Iannucci, vuelve a un subgénero de la comedia con pocos exponentes corrosivos en la actualidad, inspirándose en la homónima novela gráfica francesa, para contar desde una perspectiva satírica tan personal, los días posteriores a la muerte de Iósif Stalin, marcados por las alianzas, rencillas y conspiraciones entre los integrantes más poderosos del círculo cercano al dictador soviético.

La gran virtud de Iannucci a lo largo de su carrera ha sido mostrar las intrincadas estructuras del poder en los círculos gubernamentales, logrando darle la vuelta a la acostumbrada solemnidad que imponen las credenciales y títulos, al saber cómo desnudar la absurdidad de las relaciones entre los jugadores del poder, con su sentido del humor característicamente insular. Aunque en esta adaptación, su mirada sale de las habituales círculos democráticos para adentrarse en un escenario totalmente opuesto e históricamente complicado de abordar con humor: la Unión Soviética en los últimos días de Stalin y el proceso de sucesión en el poder posterior a su muerte.

Ambiciosa y punzante, La Muerte de Stalin se desenvuelve a través de una puesta escénica de naturaleza teatral y dinámica coral, para lo cual el director se ha hecho rodear de un elenco impecable, aunque curiosamente, ajeno a las raíces eslavas de los personajes históricos representados. Esta decisión puede complicar para algunos la inmersión dentro del relato, pero no considero que sea un impedimento grave ni un error de parte de Iannucci, sino un recuso más que suma a la naturaleza absurda y juguetona del relato.

Este espíritu cándido dentro de un entorno marcado por la paranoia y la tiranía, desde el punto de vista de los amos y aspirantes al poder, es una maniobra arriesgada de Iannucci, quien al saberse en medio de un terreno minado, coloca algunos pasajes que tratan de reconectar al espectador con la gravedad de la situación social de este periodo histórico marcado por la infamia, aunque el único golpe verdaderamente poderoso llega con el clímax de la película, en una secuencia brutal.

Calzar estos momentos formales dentro de un relato que, ajeno a cualquier contexto histórico es una hilarante lucha por el poder entre personajes caracterizados por su torpe aplicación de la burocracia, la ambición desmedida y el secretismo más burdo, provoca que el ritmo de la película tropiece un poco entre este vaivén de tonalidades, lo cual se expresa con mayor notoriedad en la inesperada gravedad con la que el clímax se desenvuelve. El resultado global no deja de ser apreciable, gracias a la naturaleza sardónica de la propuesta, la agudeza de sus diálogos y la fantástica interpretación grupal.

 

 

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