Producción: The Cloverfield Paradox
Año: 2018
Director: Julius Onah
Plataforma: Netflix

 

En 5 líneas esta película:

Es la tercera entrega de Cloverfield

Abusa del concepto de la paradoja 

Tiene hartos clichés de sci-fi

Está producida por J.J. Abrahams

Termina siendo más marketing que nada

 

 

 

Para aquellos que no ven deportes y no saben el revuelo de los comerciales del Super Tazón, el cual lo ganaron las Águilas de Filadelfia sobre Patriotas de Nueva Inglaterra (dato temáticamente inútil pero satisfactorio), Netflix, en una de sus clásicas movidas –osadas pero exitosas–, anunció, durante la transmisión del magno evento, un avance de la siguiente entrega de Cloverfield, la cual iba a estrenarse justo al terminar el partido. Sin duda la intriga debió haber permeado en la curiosidad morbosa de aquellos que se regocijaban con la derrota de Pats (reitero la satisfacción); en este humilde golpeateclas fue así y al término de la gesta deportiva el marketing en forma de morbo arrastró a un servidor al servicio de streaming.

En un futuro cercano, en el que la humanidad se consume entre violencia y escasez energética, un equipo internacional de científicos, ingenieros y astronautas, buscan replicar una suerte de Higgs Boson para crear una fuente de energía renovable y limpia, el experimento se lleva a cabo en el espacio, dada la peligrosidad de hacerlo en la Tierra. La estación se llama Cloverfield. La tripulación está al mando del comandante Kiel (David Oyelewo), seguido por la oficial de contacto Hamilton (Gugu Mbatha-Raw), el oficial médico Monk (John Ortiz); el físico alemán Schmidt (Daniel Brühl), Tam la ingeniera del Shepard Drive (Ziyi Zhang) y los ingenieros de mantenimiento Mundy, de Irlanda (David O’dowd), y Volkov, de Rusia (Aksel Hennie).

Después de meas de doscientos días la tripulación no cuenta con una activación exitosa, esto genera roces en el grupo, pues las tensiones internacionales entre los países por los energéticos está en los límites de la diplomacia. Entre todo lo malo algo bueno: por una fracción de segundos el Shepard Drive ha funcionado, tiene energía constante pero la sobrecarga es tal que se produce un accidente con todo y modificación gravitacional. Sin saber bien a bien qué ha pasado, la tripulación se encuentra a la deriva, incomunicada con la Tierra y con un pasajero que no formaba parte de esta misión.

Al día de hoy, entusiastas del fenómeno Cloverfield ya han medio desglosado, con base en teorías y referencias de las entregas previas, qué es lo que une a la trilogía y la clave para comprender Cloverfield. Pero el único hilo conductor congruente es el mismo J.J. Abrahams, que introduce sus easter eggs desde la serie de espías Alias y en la trilogía, cintas en las que ha fungido como productor desde la primera entrega.

Cloverfield es el arte del encubrimiento narrativo, los actos de magia aplicados a la narración audiovisual, eso es a lo que debería aspirar toda persona que quiera contar una historia de suspenso en cine. Eso no quiere decir que La Paradojase ejecute completamente bajo tal premisa, pero sus intenciones son honorables y se agradece.

Si bien la cinta tenía el nombre tentativo de La Partícula de Dios (God Particle), se asume que a veces puede ser más  atractivo una paradoja que la base científica detrás de la historia. Esto puede tan chocante como identificar todos los clichés de las óperas del sci-fi que se reparten entre la cinta y que comulgan con los alivios cómicos y necesarios que lleva sobre la espalda O’Dowd.

La Paradoja Cloverfield es la continuación de lo que será una serie de películas bajo ese esquema de desconcierto y duda. Los amantes de la ciencia ficción agradecen, una vez más en lo que va del año, que piensen en el género para contar más historias extraordinarias a pesar de abusar de los clichés y las estrategias de marketing.

 

 

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