Producción: Lady Macbeth
Dirección: William Oldroyd
Año: 2017
Plataforma: Cartelera
En 5 líneas esta película:
Es un drama con algo de supenso
Es más una adaptación de un cuento ruso que de Shakespeare
Se luce la joven protagonista, Florence Pugh
Contiene un sutil humor
El audio se vuelve un gran recurso para la narrativa
No hay mejor descripción para el debut en cine del director de teatro y opera, William Oldroyd, que la que John Waters le da: “el opuesto exacto de Get Out. Aquí los liberales blancos en realidad ganan. Cruelmente graciosa y tal vez la película más malvada de la década”; con esa opinión la colocó en su lista de las diez mejores películas del 2017. Si en la película de Jordan Peele, un hombre afroamericano afrontaba una extraña convivencia con un grupo de personas en apariencia liberales, en Lady Macbeth es una joven mujer quien intenta liberarse de las reglas y normas de la época, haciendo uso de cualquier arma, las cuales incluyen su sexualidad, privilegios sociales y prejuicios raciales.
De igual manera, esta liberación se puede equiparar a lo que Paul Thomas Anderson abordó en su más reciente película, Phantom Thread (2017), con una joven mujer que tiene que ceder a la sumisión para mantener una buena relación con su esposo y a lo cual responde con un acto de rebelión. En el filme de Oldroyd, basado en el relato ruso Lady Macbeth de Mtsensk (1865) de Nikolái Leskov, Lady Macbeth o, más bien, Katherine (Florence Pugh) lleva las cosas más allá.
Ambientada en Inglaterra durante el siglo XIX, Katherine es una adolescente que contrae matrimonio con un poderoso hombre, Alexander Lester (Paul Hilton), quien fácilmente podría tener el doble de edad que ella. Desde esa primera secuencia de boda se plantea la austeridad y minimalismo por los cuales se va a desarrollar la cinta, como si se tratara de un thriller que el espectador tiene que descifrar. En la noche de bodas vemos la incertidumbre de Katherine en sus ojos cuando su esposo le pide que se desvista, sólo para meterse en la cama y dormir, dejándola ahí, desnuda, de pie y completamente confundida. La relación de su matrimonio no se basa en el afecto, sino en una especie de mandato-obediencia: Katherine no es más que un regalo para Alexander, de parte del adinerado padre de éste, Boris (Christopher Fairbank).
Su vida se limita a ser un adorno. Despertada, bañada y vestida por su sirvienta Anne (Naomi Ackie), Katherine pasa sus días vagando aburrida por la casa, con la estricta regla de no salir y la continua vigilancia de su criada. Es cuando su esposo y suegro se ausentan que ella se anima a salir, por lo menos a los jardines y las tierras de su nueva familia; allí conoce a Sebastian (Cosmo Jarvis), un hombre de raza mixta que trabaja en las propiedades y con quien entabla una relación casi obsesiva. A partir de ahí comenzará su proceso de liberación, ¿o rebelión?
Como mencioné antes, a pesar de no ser un thriller como tal, la trama requiere que el espectador la descifre, entre menos se sepa mejor. El contexto de Katherine es desconocido, solo pequeños detalles nos hacen saber un poco sobre su pasado, lo que funciona bien para el enigma del personaje, porque en algún punto no sabemos cómo sentirnos ante Katherine, si simpatizar con ella o aborrecerla (cualquiera puede ser correcta). Lo cierto es que ese tipo de mujeres de The Beguiled (ya sea la de Don Siegel o la de Sofia Coppola) y Phantom Thread, que utilizan hongos como arma para reafirmarse a sí mismas, están presentes en Katherine con todo y el deseo sexual y de poderío.
En algún punto, Sebastian se refiere a Katherine como una enfermedad, y puede que lo sea. De cierta manera, Katherine solo trae tragedia; sin embargo, la pregunta aquí sería ¿sus actos de liberación/rebelión la pueden definir como una antiheroína feminista o simplemente una psicópata? Como sea, Lady Macbeth es, como lo dijo John Waters, “cruelmente graciosa y tal vez la película más malvada de la década”.