Producción: Largo Viaje Hacia la Noche
Dirección: Bi Gan
Año: 2018
Plataforma: Cartelera

 

En 5 líneas esta película:

Tiene toques noir

Es un ensayo de la memoria y los sueños

Tiene buena fotografía

Usa de manera interesante la tercera dimensión

Es una película experimental

 

   

 

La corta carrera cinematográfica del cineasta chino Bi Gan traslada a la imagen en movimiento otra preocupación que persigue en el qué hacer de las palabras: la creación de universos imposibles. El también poeta utiliza la luz y el sonido como un medio significante, tanto o más lírico que su contraparte verbal, para desarrollar una serie de conceptos que forman parte de la percepción de lo intangible: el tiempo, la memoria y la ensoñación.

En su ópera prima, Kaili Blues (2015), lidia con el duelo, la nostalgia y los laberintos mentales que existen entre la vigilia y la somnolencia. Con Largo Viaje Hacia la Noche (2018), ahonda en cierto romanticismo, plástico y discursivo, donde Luo Hongwu regresa a su ciudad natal, Kaili —también natal del cineasta —, mientras reaparecen los recuerdos de su desaparecida amante. En el camino, los flashbacks y el lenguaje cinematográfico ponen en entredicho lo complejo de la memoria y el deseo, echando mano de elementos del cine noir, que vuelven a la historia una detectivesca fantasía en los adentros de la mente de Hongwu.

Luego, en un giro que parte la historia en dos relatos interdependientes, invita al espectador al mundo onírico que, acompañado de los formalismos de la tercera dimensión, crea una experiencia sensorial donde el espacio-tiempo atraviesa otro laberinto, coreografiado en un plano secuencia impecable de alrededor de una hora.

En ambas partes, lo efímero de las imágenes mentales es traducido en elementos formales de la imagen en movimiento; en la primera con los encuadres, la perspectiva y la luz y en la segunda con los movimientos de cámara, cuya intervención disocia libremente las reglas ortodoxas de las narraciones ficcionales.

Aunque esto puede verse someramente en su ópera prima, ambas cintas despliegan y dejan ver un gran desarrollo en cuanto a técnica y estilo. Si en Kaili Blues esa mezcla entre las naturalezas de las imágenes hacen una combinación visceral e hipnótica, en Largo Viaje Hacia la Noche las divide de tajo con un intertítulo a media cinta (el de la película misma), que aparece para avisar la llegada de otro universo, distinto al del recuerdo, que es del sueño.

Todo ello muestra que, si bien su segunda película carece de la experimentación más visceral y libre de la primera, sí acerca su obra a un ejercicio de mayor control y dirección, tanto de contenidos como de técnicas. Más aún, el contenido siempre trascendente a la discusión de las conexiones del cine y la mente, se beneficia de tal separación, mostrando dos conceptos complejos bajo su propio discernimiento.

Así, Bi Gan separa esos universos imposibles que presentó en su película anterior con un desarrollo más puntual y más propositivo en sus formas. Una evolución natural de quien es más un ensayista de la imagen al más puro estilo de Andréi Tarkovski (léase Esculpir el Tiempo de este autor) o un poeta de lo inteligible, que un narrador de fábulas.

 

 

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