Producción: Leaving Neverland
Director: Dan Reed
Año: 2019
Plataforma: HBO

 

En 5 líneas este documental:

Trata sobre los abusos sexuales cometidos por Michael Jackson

Tiene descripciones gráficas del abuso

Es bastante completo respecto a las víctimas y sus familiares

Por momentos no justifica su duración

No se salva de cierto sensacionalismo

 

   

 

Michael Jackson representa mucho más para aquellos que vivimos la niñez durante los ochenta y los principios de los noventa que para cualquier otra generación. A nosotros nos tocó conocer a Michael Jackson con un tono de piel ya aclarado, una buena parte lo conoció durante el medio tiempo del Superbowl de 1993, con aquella canción, Heal the World, en un show más bien dirigido a los niños. En esa época, toda una generación de infantes veía a Michael Jackson con unos ojos de admiración, causados por una superestrella que les hablaba directamente. Con el tiempo fuimos escuchando los rumores: que se decoloró artificialmente la piel, que dormía en una cámara hiperbárica y, eventualmente, los escándalos de pederastia. Pero, si todos esos rumores estaban a debate, aquellos que lo idolatrábamos menos los íbamos a escuchar y tomar por ciertos.

Leaving Neverland, documental dirigido por Dan Reed, que se estrenó en el festival de Sundance este año y fue adquirido por HBO para su distribución, cuenta el relato de dos niños que tuvieron su infancia durante los ochenta y principios de los noventa, que como millones encontraron en Michael Jackson una superestrella más grande que la vida. Pero no solo cuenta la historia de estos niños, también la de sus padres, quienes, desafortunadamente, se encontraron también envueltos en el carisma y la mira del depredador perfecto.

La historia la cuentan Wade Robinson y Jimmy Safechuck, dos niños que por circunstancias similares llegan a conocer personalmente a Michael Jackson. En su relato ellos cuentan cómo al principio la amistad del artista fue una bendición, algo impensable para el ciudadano común: que el astro absoluto llamara por teléfono de manera cotidiana o habitara la sala de su casa como cualquier otro vecino. La relación con Michael Jackson estaba diseñada por este para ir escalando, para pasar de visitas frecuentes a invitaciones a su rancho, Neverland, de pasar tiempo en familia a cada vez más pasar tiempo a solas con el artista, de divertirse en actividades inocentes y divertidas hasta, eventualmente, cruzar la gran línea de la ignominia: dormir en el mismo cuarto con él.

Una de las cosas que hay que entender cuando se escucha este relato, es que ese poder de atracción que tenía Michael Jackson en su cúspide, uno que no lo tiene ninguna estrella de la cultura popular hoy en día; esa misma persona que hacía gritar estadios completos, que provocaba ataques de nervios masivos a fans esperando verlo en persona tan solo unos segundos; todo ese poder, esa grandeza artificial, la recibían en vivo y en directo aquellos niños que Michael escogía, así como su familiares. A lo largo del relato existen muchas instancias que nos harán renegar, que diremos «eso jamás lo hubiera permitido», o bien «¿qué esperaban que sucediera?». Pero una de las claves de esta historia es justamente cómo Michael Jackson usaba su fama y su carisma para desarmar a los padres de familia, e inclusive a sus mismas víctimas, no solo para hacer lo que él quería, sino para que pasaran por alto un abuso en público que tomó más de una década.

Ahora bien, esas son las razones que hay que entender, más no justifica de ninguna manera, ni merecen perdón, toda la camada de personas que le sirvieron a Michael Jackson para reclutar, seducir y abusar de quién sabe cuántos niños. Incluyendo a los padres de las víctimas, quienes vivieron y disfrutaron la atención de la superestrella. Los padres también se sentían especiales por ser su amigo, tanto que no quisieron irrumpir con nada que lo molestara y significara el final de esa relación de ensueño. Es la misma reflexión de las víctimas, quienes al día de hoy, en su edad adulta, aún no perdonan a sus padres.

Aquél poder que Jackson imprimía sobre la gente, también lo hizo sobre sus víctimas. Quienes relatan el abuso nos dicen que este no solo se hizo con su consentimiento (en la medida que este consentimiento no existe moralmente ni legalmente), sino que se hizo por un periodo extendido de tiempo e inclusive resultó en un intenso pesar cuando Jackson los cambió por otra presa más joven. Las víctimas relatan haber estado enamorados de su depredador, relatan querer estar con él, sentir ansiedad cuando ser la joya de su atención estaba en peligro; en una edad avanzada inclusive lo defendieron, en detrimento de la justicia para otras víctimas quienes tuvieron el valor de acusarlo; e inclusive, una de las víctimas del relato, Wade Robinson, lo frecuentaba en su edad adulta, como un viejo amigo. Tal era el alcance de la seducción de ser cercano a Michael Jackson, el pedófilo; disponible, también, para el que quisiera hacer un pacto faustiano.

Las víctimas ahondan en el detalle durante su relato. Con el peligro de caer en el morbo, ambos describen a detalle en qué consistía los encuentros con Jackson. Pero quizá lo más devastador no es la interacción física, sino la emocional. Al escuchar estos relatos, no queda otra opción más que considerar a Jackson como una persona sumamente enferma –como un psicópata– quien tenía relaciones sentimentales con estos niños; relaciones que se elevaban por momentos a una común y corriente, con esos momentos de exuberancia y emoción, de cursilería y detalles románticos que solo están reservados para personas emocionalmente formadas.

No hay una sola prueba de todo lo que se relata, más allá de grabaciones de llamadas por teléfono que fácilmente se podrían sacar de contexto. Pero el relato no es de una sola persona, es de todo un grupo. Es de los familiares de las víctimas, quienes vieron su vida destrozada por este altercado. Familias completas obligadas a vivir en el dolor, la culpa y el arrepentimiento. Sentimientos que nunca se van a ir, que se van a llevar a la tumba. Todo porque en la era de las celebridades, no hay nada que no hagamos –no hay nada que no pasemos por alto– por sentir que ese dios terrestre nos toca tan solo por un momentito. La historia de este criminal, Michael Jackson, nos debe servir de llamada de atención al día que estamos viviendo hoy, donde la celebridad ha sido pulverizada mediante las redes sociales y esta se ve más cera que nunca, pero sigue estando igual de lejos. Sigue siendo la misma trampa de siempre.

 

 

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