Otro año cinéfilo más que pasa, y el cual, como cada año, decidimos cerrar con la ceremonia de los Oscar. Como cada año, podemos dividir a la banda en dos grupos: los que no han visto nada de la nominadas, y los que vieron la mayoría de las nominadas y saben que hubo muchas mejores películas que ni se acercaron a estar en la ceremonia. Digamos que este último grupo sabe que existe los Independent Spirit Awards.
Este año, más allá de que la ceremonia se desvivió por recordarle al mundo que la mujer importa y que hay que tomarla en cuenta en todo cada vez más, a pesar de ser uno de los peores años para las categorías con más injusticia en ese rubro, el de mejor director, el Oscar dio otro paso firme hacia una integración con lo que el cine fuera de Hollywood cree que es el mejor cine del año. Si con Moonlight (Jenkins, 2016) hace dos años se nos sorprendió, ahora con Parásitos (Joon-ho, 2019) la boca se nos cayó al piso. El hecho de que una película extranjera ganara el Oscar es algo a lo que la Academia se había resistido, básicamente, a lo largo de su historia, ya que rara vez una película producida en Hollywood es el consenso de mejor película del año. Sí ha pasado, pero también hay que ser justos, los premios de la Academia son los premios a lo mejor del cine norteamericano, la culpa es de nosotros de creer que el cine norteamericano es el mejor del mundo.
El año anterior, quizá, ese lugar en los anales de la historia debió ser para Roma (Cuarón, 2018), posiblemente no por la fortaleza de esta cinta, la cual aún está por verse como juzga la historia, sino por lo endeble de la terna, la cual, por cierto, la ganó vergonzosamente quizá la peor película en tener un Oscar en su haber: Green Book (Farrelly, 2018). Pero bueno, es entendible, ya que al parecer algo peor que integrar a las minorías o a las mujeres a la industria, es integrar a las plataformas de contenido On Demand.
El problema que está tratando de solucionar la Academia con todo este wokeness es el de un mundo más conectado e informado. Antes solo un pequeño nicho de periodistas y enterados sabía cuáles eran las películas destacadas de Cannes, y probablemente un número más pequeño aún las había visto en cine. Hoy en día la cuenta de Instagram del Festival tiene poco más de medio millón de seguidores, quizá no es gran cosa para el estándar de la plataforma, pero impensable para un mundo pre redes sociales. La Academia sabe que con cada año que gaste su salva en los Green Books de la vida, es un año que se acerca a la irrelevancia.
Parásitos fue el consenso de la mejor película del año, con un impresionante balance de cine de arte y cine de entretenimiento. Esta por ningún ángulo es cine independiente, al contrario, es cine en lo más alto de la industria surcoreana (de las más prolíficas del mundo, por cierto), la cual contó con dos de las estrellas más brillantes del negocio de aquél país y a su director más en boga. Lo único es que la película está hablada en otro idioma al que el público norteamericano está acostumbrado a consumir su cine.
¿Es este el nuevo normal? Sí y no. Sí porque el difícil siempre es el primero. No porque a final de cuentas Hollywood va a morirse con la suya hasta que quede el último hombre de pie, y le va a tomar, cada año, que una película extranjera sea superior por hombros y cabeza a cualquier cosa que se haya producido nacionalmente. Y eso se lo jura una Academia que nunca le dio un galardón por mejor director a Hitchcock, ni a Kubrick, le dio uno de consolación a Scorsese y al parecer nunca se lo va a dar a uno de sus hijos predilectos: Quentin Tarantino.