Producción: Los Meyerowitz: La Familia No Se Elige (Historias Nuevas y Selectas)
Director: Noah Baumbach
Año: 2017
Plataforma: Netflix

 

En 5 líneas esta película:

Es una tragicomedia familiar

Tiene personajes bien construidos y mejor interpretados

Su humor y tono no es para cualquiera

Su ritmo es lento y errático por momentos

Es una producción original de Netflix

 

  

 

El camino de Noah Baumbach lo ha colocado en un punto intermedio entre un par autores de mayor fama y reconocimiento: su contemporáneo Wes Anderson y el eterno Woody Allen. Su visión apela a las temáticas familiares disfuncionales de ambos con el sentido del humor del primero y las aspiraciones intelectuales y estilísticas del segundo, sin el extravagante carisma de Anderson o el embriagante genio neurótico de Allen. Quedarse a la mitad de este espectro deja una sombra de aparente superficialidad en su filmografía que no es del gusto de cualquiera, a pesar de los genuinos intentos del neoyorkino por hacer el cine que él considera más personal, irónicamente.

Con Los Meyerowitz, Baumbach mantiene su línea, contando la historia de una familia encabezada por Harold, un patriarca tóxico (Dustin Hoffman), cuyo legado artístico está en declive y que al pasar por una crisis de salud recibe la visita de sus atormentados hijos, obligados a retomar relaciones bajo tales circunstancias, siendo Danny (Adam Sandler) y Matthew (Ben Stiller) los hijos con mayor notoriedad por sus contrastantes estilos de vida. El resultado parece una mezcla de Hannah y Sus Sermanas (Allen, 1986) con Los Excéntricos Tenenbaums (Anderson, 2001), dos películas con mayor relevancia de la que esta película pueda aspirar a tener, más allá de ser una producción original de Netflix, con toda la polémica publicidad que eso implica; sin embargo, sería injusto negarle sus virtudes.

La primera y más importante es el trabajo del ensamble actoral, una apuesta arriesgada debido a la aparición de los apellidos Sandler y Stiller en el poster, aunque el primero ya había dado muestra de su talento en Punch, Drunk Love (P. T. Anderson, 2002), mientras que Ben Stiller, con un poco menos de lastre, firma su mejor trabajo hasta ahora, quizá. El resto del elenco lo complementan Grace Van Patten, Elizabeth Marvel, Emma Thompson, todas fabulosas, aunque desperdiciadas hasta cierto punto por Baumbach, enfocado en el triángulo compuesto por sus personajes masculinos.

La segunda virtud, derivada de la primera, es la familiaridad conseguida por las interacciones entre sus definidos personajes, lo cual hace de sus roces, peleas y momentos de intimidad, pasajes de auténtica identificación. Es difícil seguirle el paso a la parsimonia de Noah, su interés en los pequeños momentos de trivialidad reveladora en lugar del drama más estridente, hacen de sus narrativas trayectos que por momentos no parecen ir a ningún lado, enajenando a muchos, pero al menos en esta ocasión, cuando decide exponer a sus personajes, lo hace con fuerza suficiente, lo cual habla de un trabajo consciente de dirección al que no le importa sacrificar audiencia con tal de mantener su visión clara.

Si el cineasta algún día consigue salir de la sombra de sus mayores puntos de comparación, solo el tiempo lo dirá, la realidad es que más allá de discusiones sobre gustos y la efectividad de su trabajo, la fidelidad de Noah Baumbach hacia una forma de aproximarse al séptimo arte, hacen de su cine uno que es necesario.

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