No es novedad que la política norteamericana está convertida en un bodevil y que aquella república empieza a parecernos peligrosamente a la épocas de Calígula. La buena noticia es que aquél merendero es perfecto para la comedia.
Para los que no recuerdan, cada año la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca organiza una cena a la cual se invita a toda la prensa relevante de los Estados Unidos, así como al Presidente y algunos altos funcionarios. La particularidad de este evento es que se invita a un comediante a que haga una breve rutina de veinte minutos. Dicha rutina ha tenido iteraciones memorables, como la de Stephen Colbert en 2006, durante la presidencia de George W. Bush, en la que no se guardó palabras aun con el Jefe Comandante frente de él, o bien la épica destrucción de Donal Trump de parte de Seth Meyers en 2011, ante un extasiado Barack Obama (probablemente bajo sus órdenes). El Orange Führer, al subir a la presidencia, rompió la tradición de asistir a la cena, imaginamos no solo porque tiene una guerra declarada con toda prensa que no sea propaganda del Estado, pero también porque obviamente él es el platillo fuerte de la noche.
Para este año se invitó a Michelle Wolf, una comediante relativamente desconocida, quien funge como escritora de The Daily Show con Trevor Noah, y programa en el cual aparece ocasionalmente en algunos sketches. Pero, hay que decirlo, el mundo no estaba preparado para Michelle Wolf. La comediante subió al podio con una misión: el decirlo todo, absolutamente, pero eso sí, cuidando la retaguardia de la corrección política para que su rutina no fuera descalificada. Está de más decir que Donal Trump no salió bien parado, a quien le raspó los muebles de sus negocios, sus relaciones extramaritales con estrellas porno, su hija Ivanka y su hijo Eric. Pero la peor parte, y donde se fraguó la batalla de la corrección en días posteriores, se la llevó Sarah Huckabee Sanders, quien es la encargada de las comunicaciones de la Casa Blanca y quien da las conferencias de prensa con los corresponsales en honor a quienes se lleva a cabo la cena.
Sarah Huckabee Sanders está convertida en una golpeadora del gobierno de Trump. La comunicadora se sube casi diario al estrado a propagar y defender las mentiras de aquél infame gobierno, y lo hace con un tono prepotente que por momentos pudiera maltratar a los reporteros. Michelle Wolf se lo recordó, le hizo saber que lo que está haciendo SHS es una traición a la labor periodística, pero también a la mujer, al aliarse con un presidente que no ha hecho más que denigrar a su género a lo largo de su vida. Sarah Huckabee Sanders es una tremenda conservadora, hija de unos de los exgobernadores más conservadores de Estados Unidos y flamante porrista del gobierno de Trump, Michael Huckabee. Nada de lo que se dijo de SHS estuvo fuera de orden, rudo sí, gracioso, mucho, pero nunca cruza la línea que el mismo Trump y su comunicadora han trazado.
Lo que les duele es que los liberales tienen la comedia de su lado, y las risas siempre son de ellos.
En realidad hay que estar medianamente al tanto de la política norteamericana para disfrutar al cien la rutina de Michelle Wolf, pero bienaventurados lo que sí alcanzan, porque esos veinte minutos son oro molido para hacerle el día a uno.