Producción: Midsommar: El Terror no Espera la Noche
Dirección: Ari Aster
Año: 2019
Plataforma: Cartelera

 

En 5 líneas esta película:

Trae Toda la influencia del folk horror

Remite a clásicos como The Wicker Man

Trae el sello personal de su director

No es el tipo de terror usual

Es bastante pertubadora

 

  

 

Midsommar es probablemente la película de terror más esperada del año. Un folk horror que hace referencia directa a clásicos como The Wicker Man (Hardy, 1973) o The Blood on the Satan’s Claw (Haggard, 1971). Después de su gran opera prima, Hereditary (2018), Ari Aster regresa con un filme que comparte similitudes, tanto estéticas como temáticas, con esta misma. Una de ellas está en concentrase en las relaciones humanas y el duelo de perder a un ser querido, todo por medio de un terror cuya esencia no está en las convenciones del cine de género, sino en desarrollar sus temas de a manera de pesadilla.

Aster se toma su tiempo para plantear cada situación. En Hereditary comenzamos con la muerte de la abuela de la familia y creemos que ese es el detonante de la historia, sin embargo, es solo el contexto; ya con un tramo recorrido de la película nos damos cuenta que el verdadero detonante es otra muerte dentro de la familia. Algo similar sucede en Midsommar. Dani (la increíble Florence Pugh) es una joven terminando la universidad quien recibe la terrible noticia de que su hermana, quien sufría de depresión, se suicidó, llevándose a sus padres con ella. Devastada, la joven se refugia en su longeva relación con Chris (Jack Reynor) intentando evitar que su dolor sea una molestia para él, debido a que su novio se convierte en lo único que le queda. Para Chris la relación es ya una carga, quien motivado más por la culpa se mantiene ahí, tratando (sin mucho esfuerzo) de ser un apoyo. Ambas personas, por lo tanto, se encuentran atrapadas en una relación que murió hace tiempo. De esta forma, Aster plantea una de las ideas fundamentales de sus dos cintas: el dolor conlleva a más dolor.

El apoyo que Dani busca y el que Chris trata de dar provoca la invitación a un viaje que ni el novio quería extender ni la novia quería aceptar. Christian lleva tiempo planeándolo con sus amigos: el inmaduro y misógino Mark (Will Poulter), el intelectual y analítico Josh (William Jackson Harper) y el extranjero Pelle (Vilhem Blomgren), este último es justo quien propone la idea, invitando a sus compañeros a unas celebraciones veraniegas en su tierra natal en Halsingland, Suecia.

La manera en que Aster nos introduce a esta comuna provinciana nos remite a la forma en que Kubrick nos lleva al Hotel Overlook en El Resplandor (1980): a través de una larga y solitaria carretera que Aster, junto a su cinematógrafo Pawel Pogorzelski, van retorciendo hasta situarla, literalmente, al revés, anticipando el retorcido y extraño lugar al cual se dirigen; empezando con que esta pintoresca comuna rural vive la mayor parte del tiempo bajo la luz del sol. Si usted está familiarizado con el folk horror sabrá de antemano a dónde se encamina todo: si algo es demasiado perfecto, es porque hay algo irremediablemente mal.

Aster, con atino, retoma algunas tradiciones vikingas para crear el ambiente demencial del pueblo, como el Äettestup –cuya realización es el primer motivo de inquietud entre los protagonistas–, las runas o la especie de Águila de Sangre. Pero no me mal entienda, no es que esta comuna quiera revivir las viejas glorias de sus ancestros; es, más bien, una comunidad algo occidentalizada que también podría considerarse medio hippie. Como otra similitud con Hereditary, Aster impregna en esta sociedad ciertos aires de secta, lo cual viene al caso considerando las influencias del folk horror que tiene la película.

Es necesario dejar algo en claro: Midsommar no es el tipo de película que podemos llamar terrorífica. Como mencionamos antes, Aster no juega con las convenciones del género. El hecho de que sea una historia que transcurre a plena luz del día ya nos debe dar pista de ello. No espere platos flotando, sollozos a lo lejos o un fantasma detrás de la cortina; pero sí, violencia explícita –repartida en tiempos definidos–, comportamientos por demás bizarros y secuencias que rozan en lo surreal. La palabra para Midsommar sería, más bien, perturbadora; por momentos desconcertante y hasta molesta, y ¿sabe qué?, esa es la intención, que salgamos del cine preguntándonos ¿qué acabó de ver?.

Respecto a todo lo demás, la película es impecable en su producción. Visualmente la cinta mantiene un brillo luminoso inquietante, la arquitectura y diseño de producción dejan en claro la marca personal de Aster, quien, al igual que su obra anterior, juega con todas estas formas geométricas que conforman la puesta en escena y los colores lisos que la componen. Un cineasta con un sello autoral bastante definido y, por ende, uno de los directores de cine más interesante en la actualidad.

 

 

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