Es durante 1941, en plena Segunda Guerra Mundial y más de tres décadas antes de que se desarrollaran los eventos a los que se hace referencia en Mindhunter, que el psiquiatra estadounidense Hervey M. Cleckley publica La Máscara de la Cordura: Un Intento de Aclarar Algunos Problemas Sobre la Así Llamada Personalidad Psicopática. En este libro, explica cómo el psicópata/antisocial ha sido caracterizado como un individuo esencialmente desviado, pero que, a diferencia de delirantes y alucinados, tiene la capacidad de imitar la conducta de una persona cuerda con fines instrumentales. Considerando a la cordura como el centro de la discusión, argumenta, se pierde de vista que gran parte de la sociedad, de la gente que se apega o busca alinearse a la norma, no se distingue precisamente por ejercer cotidianamente su racionalidad o por tener un juicio equilibrado. Abundan las creencias absurdas, los dogmas indemostrables, el pensamiento mágico, los errores heredados por la costumbre y, en el individuo, las limitaciones y sesgos cognitivos y las falacias lógicas. El psicópata, a pesar de la violencia extrema que pueda llegar a ejercer, no es, entonces, un loco, sino otro tipo de trastornado, uno capaz de usar la imitación de conductas normales para generar empatía y hacerse de control.

Penhall y Fincher son conscientes de la existencia de la obra de Cleckley y nos lo hacen saber a través del personaje de la doctora Wendy Car (Anna Torv), al principio del tercer capítulo. Como expliqué en mi reseña, los autores tienen una clara intención de romper con las visiones simplonas y caricaturescas de seres que, como muchas veces lo reflejan sus apodos, no son considerados humanos, sino bestias, monstruos, vampiros, brujas… Del mismo modo, al apartarse de la locura como explicación popular de lo antisocial, Fincher y Penhall siguen los pasos de Cleckley.

Dice John Truby que el género del horror se caracteriza por explorar una pregunta específica: ¿En dónde se encuentra el límite entre lo humano y lo monstruoso? Visto de esta forma, el horror no se limita a lo sobrenatural, sino que implica un conflicto entre lo humano y cualquier cosa que lo trascienda y amenace, ya sea la inteligencia artificial, un depredador proveniente del espacio, de un laboratorio o del fondo del mar o algún peligro oculto en su alma o el orden social. En este sentido, Mindhunter no solamente integra rasgos del drama procesal y el género detectivesco, sino que esencialmente es una historia de horror sin espantos. Nos preguntamos, en el fondo, si los asesinos en serie nacen o se hacen y si en nosotros se oculta el potencial de ser monstruosos. Nos cuestionamos también, si esta monstruosidad es ajena, periférica o esencial para definirnos como seres humanos. Y es que toda imitación es también un reflejo.

Para quienes ya terminaron de ver la primera temporada de Mindhunter, queda abierta una pregunta: ¿Quién es ese hombre de bigote y gafas que supervisa almacenes e instala alarmas para ADT, en Park City, Kansas, y que ronda vecindarios? ¿Qué trama? Afortunadamente, los hechos a los que se refiere este serial se basan en la realidad, por lo que no hay necesidad de especular. Se trata del asesino Dennis Rader, alias BTK, apodo basado en las siglas de su modus operandi: bind (amarrar), torture (torturar), kill (matar). Este conocido multihomicida, que aparece a lo largo de la primera temporada, es nuestro mejor indicador de lo que vendrá en la segunda. Y, si algo caracteriza la personalidad de este criminal, es que justamente es uno de los ejemplos más perfectos de lo que significa la máscara de la cordura, de lo bien adaptados socialmente que pueden llegar a estar estos depredadores de su propia especie. Y es que los monstruos más terribles serán siempre los que aparenten mejor el ser normales.

 

 

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