Producción: Museo
Dirección: Alonso Ruizpalacios
Año: 2018
Plataforma: Cartelera

 

En 5 líneas esta película:

Es una mezcla entre drama, aventura y comedia

Está inspirada en el robo al Museo de Antropología en 1985

La dupla protagónica se siente bastante orgánica

Es una mezcla entre una heist movie y road movie

Es divertida y conmovedora

 

 

 

Al inicio de aquella película de Steven Soderbergh, The Informant (2009), aparece una advertencia: “Mientras esta película está basada en hechos reales, ciertos incidentes y personajes son inventados y el diálogo ha sido dramatizado… Así que ahí lo tienen”. Lo que en verdad nos advierte esto es que vamos a presenciar una historia real tan hilarante que roza la ficción, y justo por eso habría que manejarla como tal, como una ficción de la verdad, porque “¿para qué arruinar una historia tan buena con la verdad?”, es la pregunta que se hace uno de los protagonistas de Museo, la nueva película de Alonso Ruizpalacios y cuyo tratamiento es similar a la cinta de Soderbergh: Es una ficción surgida de la realidad.

En Museo, el aviso del principio afirma que “esta historia es una replica de la original” (entrando ya en términos museográficos), debido a que su inspiración viene de la historia del robo al Museo de Antropología a finales de 1985, solo unos meses después del sismo del 19 de septiembre. Pero no es la verdadera historia. Ruizpalacios nos advierte desde las primeras secuencias de su deliberado distanciamiento de los hechos, a través de una ingeniosa y acertada analogía con la historia como disciplina: podemos saber fechas y acontecimientos, pero no las verdaderas motivaciones de los personajes que las propiciaron.

De allí parte el director y su guionista, Manuel Alcalá, para acercarnos al ficcionalizado retrato de los dos estudiantes de veterinaria que planearon y ejecutaron el robo con tal dedicación que hicieron pensar a los medios que se trataba de una banda de expertos criminales, lo cual a su vez contrastaba con la desencantada actitud hacia su entorno. Juan (Gael García) y Wilson (Leonardo Ortizgris) son dos amigos que viven en Ciudad Satélite, quienes proceden de buenas familias de clase media y la pasan sin mayores problemas más que titularse o saber qué hacer con su vida.

Juan es el cerebro, el líder de su pequeña pandilla de dos; mientras que Wilson es una especie de lacayo nervioso que sigue las indicaciones de su amigo casi como un inconsciente reflejo. Ambos son un par de inadaptados que se complementan en esencia y se contraponen en personalidad para el desarrollo de la trama. La relación de amistad entre ellos es la característica principal por la cual se desarrolla la cinta, con el personaje de Gael García en control de las acciones en pantalla, mientras que Ortizgris funge como nuestro narrador.

Alcalá y Ruizpalacio plantean, en un principio, el relato como una heist movie con toques de comedia. Vemos, primero, el antecedente al robo con una espléndida secuencia de una cena navideña familiar con la que bien nos podemos sentir identificados o por lo menos recordar a ese tío molesto, el bullicio de los primos o sobrinos y las charlas banales sin ningún punto. Un ambiente incomodísimo para Juan, quien en su inmadurez y hastío se rebela ante esta frivolidad de la vida diciéndoles a los niños dónde están los regalos para arruinar la fiesta.

Ya en la secuencia del robo, Ruizpalacios insinúa de manera deliberada a la mítica secuencia de una de las grandes heist movies de la historia, Rififi (Dassin, 1955). Con un descriptivo manejo de las acciones, el director muestra a los protagonistas sacando con tremenda coordinación e ingenio los invaluables (literalmente) objetos mesoamericanos de sus estantes de vidrio. Para este par de novatos y torpes ladrones lo fácil fue idear un plan para robarlas, lo complicado es ahora qué hacer con el botín. Tratándose de un patrimonio nacional, los ladrones desconocen que su valor es más histórico y cultural que monetario.

De esta manera, se muestran las repercusiones del robo y la cinta se convierte en una road movie que inevitablemente nos recordará a esa otra película protagonizada García BernalY Tu Mamá También (Cuarón, 2001), pero esta vez visitando zonas arqueológicas del sur del país, así como el lugar vacacional por excelencia durante los años ochenta, Acapulco. En está última parte recaen las mayores reflexiones de la película: la relación entre los protagonistas y la ética en la preservación de nuestra cultura (¿qué diferencia hay entre sacar un objeto mesoamericano de un museo y sacarlo de su lugar de origen?).

Pese a que Gael García interpreta, a sus casi cuarenta años, a un veinteañero quejumbroso, no se siente fuera de lugar, la dupla con Ortizgris se ve bastante orgánica en este par de amigos que, pareciese, idearon su fechoría como un acto de inconformismo ante su aburrimiento, sin embargo, encuentran su verdadera rebelión en la redención.

 

 

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