Producción: Neruda
Director: Pablo Larraín
Año: 2016
Plataforma: Cartelera

 

En 5 líneas esta película:

Es una mezcla mezcla de biopic con tintes de cine negro

Tiene buenas actuaciones

Es un retrato fantástico de un momento en la vida de Neruda

Utiliza un enfoque inusual para homenajear al escritor chileno

Se puede sentir artificial

 

   

 

Las dos películas del 2016 de Pablo Larraín comparten las mismas convicciones: son atípicas en su suerte de biopic con contexto político y, mas que ofrecer una mirada informativa al hecho histórico del personaje, intentan retratar la esencia alrededor de su figura. Por una parte Jackie, a través de una estructura segmentada, muestra las diferentes caras del sujeto en cuestión respecto al asesinato de su esposo y –cercano o no a la realidad– pretende apegarse a los hechos (recordemos la entrevista y el programa de televisión). Neruda, aunque parte también de un suceso histórico en especifico, se toma aún más libertades al ficcionalizar (por así decirlo) los eventos de la vida real.

Situada entre 1948 y 1949, durante los últimos años como senador del poeta, la historia nos muestra a un Pablo Neruda (Luis Gnecco) disfrutando de los privilegios de su posición como político y celebridad. Al inicio del filme lo vemos caracterizado como T.E. Lawrence en medio de una extravagante fiesta. La gente lo conoce, lo admira y le implora recite poesía, Neruda como si fuera un artista que se debe a su público los complace: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche…”, al tiempo una voz en off nos habla con tono socarrón y pintoresco: “Dicen que huele a algas marinas, las mujeres creen que hace el amor con una rosa entre los dientes”. Mientras Neruda satisface con frecuencia a los personajes de su historia con poesía, el narrador nos complace con contextuales y ácidos comentarios hacia el poeta.

Esa voz pertenece a Oscar Peluchonneau (Gael García Bernal), un pulcro y bobo pero decidido policía encargado de atrapar a Neruda por criticar el gobierno del presidente Gabriel González Videla (Alfredo Castro). De esta manera el sujeto del título se convierte en un enemigo del estado, quien junto con su esposa Delia del Carril (Mercedes Morán) huyen y se esconden con la ayuda de sus muchos amigos. La persecución en primera instancia pereciera una cacería policiaca, sin embargo, toma otro rumbo. Óscar (llamémosle Óscar) se da cuenta de su posición en la historia, Delia le confiesa su rol como personaje secundario, a lo que Óscar se niega rotundamente. Él lo que quiere es ser el principal.

Larraín deja un poco de lado el biopic y se enfoca en realizar una película de persecución, con tintes de cine negro y una especie de meta ficción. Contrario a lo que pensaríamos, es justo ese único personaje de ficción el verdadero protagonista de la cinta: Oscar, determinado casi obsesivamente a atrapar a Neruda para conseguir ser el principal; mientas Neruda es el verdadero socarrón quien le deja novelas policiacas y se divierte intentando crear su gran escape.

La película no es sobre Neruda como poeta o político, sino sobre la sustancia del individuo. Un personaje multifacético con una infinidad de cualidades y defectos, los cuales Larraín y Guillermo Calderón, guionista, prefieren insinuar con la gran actuación de Luis Gnecco, quien ofrece un personaje festivo y desfachatado. Una paleta de colores oscura deja en claro la artificialidad de la película, con frecuentes conversaciones fragmentadas en espacio y tiempo; y por supuesto el personaje de Gael García, quien es el puente para lograr esa esencia, tomando en cuenta su función expresa y una narración casi lírica.

Pablo Larraín demuestra otra vez que es un gran director con grandes ambiciones, sin embargo, esas ambiciones que pretende lograr en Neruda son más grandes que el resultado. Se aprecia la inventiva a lo largo de la película, pero cuando esta termina no te deja con el poder emocional que sí brinda, por ejemplo, El Club (Larraín, 2015).

 

 

 

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