¿Cómo es que The Walking Dead a permanecido tanto tiempo en el top de las series más vistas en el mundo? Respuesta: Utilizando recursos que deberían molestarnos en lugar de emocionarnos. Como todos sabemos la serie está basada en el cómic homónimo de Robert Kirkman, un medio cuya experiencia narrativa es bastante diferente a la de la literatura o a la de la pantalla, uno que le permitió a su autor contar una historia exactamente como quería contarla y el resultado es que desde 2003 a la fecha, el cómic sigue estrenando nuevo número mensualmente. Ya sé, ya sé, como todo fanboy renegado tengo que hacer el apunte de que la serie está lejos de lograr plasmar todo el drama que se vive en las viñetas, pero esto no es una comparación. El punto de todo esto es que quizá nosotros como espectadores no estábamos preparados para vivir en pantalla toda la violencia, la fuerza de los personajes y los momentos de angustia que como lectores sufrimos con cada volumen.

Durante todos estos años hemos sido testigos de los picos de calidad narrativa de esta serie: pensemos por ejemplo en la primer temporada que se estrenó en plena fiebre del género zombie y que –hay que decirlo– a no ser por sus excelente producción resulta ser bastante sosa; ¿y cuántos episodios de relleno hemos tenido que engullir sin masticar para que no nos quede un mal sabor de boca? Y ni qué decir del odioso Gobernador o de Andrea, el personaje desperdiciado por excelencia; incluso tuvimos que esperar meses antes de descubrir a quién había asesinado Negan, porque no soy el único que sintió este episodio como una falta de respeto para el espectador, ¿cierto? ¿Los escritores no son capaces de escribir episodios con esa carga emotiva y tuvieron que partir en dos el momento más emblemático de la saga? Y esto sólo por mencionar algunos. A pesar de todo, seguimos aquí. No importa si tenemos que chutarnos a Tara cuarenta y cinco minutos para describir un escenario que luego no va a ser tan relevante; o ver a T-Dog sacrificándose en el premio a «la secuencia que tenía que ser conmovedora y no lo fue»; The Walking Dead tiene más de un destello de grandeza y han demostrado que sí son capaces de construir episodios dignos de una serie de su calibre.

La prueba más reciente de ello fue en el inicio de su octava temporada, que nos regaló un episodio redondo, utilizando una herramienta que le permitió acercarse más a la esencia del papel y que de hecho es la constante en sus buenos episodios: el montaje. El episodio fue narrado en cuatro tiempos distintos: el discurso antes de la batalla, la ejecución del plan de ataque, un Rick al borde de la muerte y un Rick mayor en lo que parece ser un futuro esperanzador con su familia; logrando un balance de acción, buenas participaciones de los buenos personajes y momentos conmovedores y de mucha tensión. ¿Pero entonces con este episodio nos basta para depositar nuestra fe –nuevamente– en la temporada? Sí. Y es que independientemente de que ya sepamos lo que viene por la publicación impresa, la serie ha sentado –por fin– las bases para lo que promete ser una guerra sanguinaria. Negan le reventó la cabeza a Glenn porque Daryl no permaneció de rodillas, ¿cómo podemos esperar que reaccione después de este golpe certero que la gente de Alexandria, Hilltop y el Reino le han propiciado? Con el universo de comunidades expandido los episodios promedio deberían ceder su lugar. Como dicen por ahí: ya se divirtieron los niños, es hora de que jueguen los adultos.

 

 

 

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