Producción: Rocketman
Director: Dexter Fletcher
Año: 2019
Plataforma: Comercial
En 5 líneas esta película:
Aborda momentos de la vida de Elton John
Mezcla en sus pasajes los hechos con visiones fantásticas
Se adentra sin miramientos dentro de las glorias y tormentos de un rockstar
Resiente en el flujo de su historia por tanto malabarismo y derroche
Tiene un gran protagónico que hace que la película sea más
La frase based on a true fantasy, incluida en la comunicación del título, no podía ser más acertada para describir lo que Rocketman es: una odisea musical llena de excentricidad y melodrama que conscientemente distorsiona la realidad a favor del espectáculo. En retrospectiva, no solo hace sentido, sino que parece ser la única opción viable para contar la historia de una figura con un aura tan dramática y estrafalaria como la de Elton John (productor ejecutivo). Esta visión favorece la búsqueda de una personalidad fuerte que derive del propio artista, y Rocketman busca consolidar esa imagen a lo largo de cada secuencia.
El carrusel comienza desde que el primer cuadro muestra la silueta vista a contraluz de un monstruo misterioso de cuernos y alas que se acerca hacia la cámara (nosotros), poco a poco revelándose como el artista eufórico y atormentado. Incapaz de mostrarse al mundo sin un alter ego enfundado en un elocuente disfraz, y una vez que las luces se apagan, todo lo que queda es una persona en crisis entrando a una terapia de grupo.
Después de la dramática introducción, le sigue la historia, contada por el protagonista en retrospectiva desde aquel austero salón, narrando su vida arbitrariamente y sin dejo de pudor. Una característica que añade valor a la película es su arrojo, no reparando en mostrar al hombre debajo del mito, un ser humano de un talento excepcional y un deseo incontenible por crear y expresarse, rodeado de demonios causados por su identidad sexual y el abandono físico y emocional de parte de sus padres. Con semejante cóctel, el torbellino de la fama, el poder, las drogas y el sexo solo puede llevarte a alturas que pocos mortales pueden alcanzar, para después soltarte en picada hacia infiernos indecibles. La vida de cualquier súperestrella no podría entenderse sin que se exploren ambos lados de este espectro, Rocketman lo entendió perfecto.
Dentro de este vaivén épico, la acción siempre obedece a la música que pueda usarse acorde al momento, y la película cuenta con muchos números, intentando que estos actos no sean una pausa en la historia, sino que la hagan avanzar, otra decisión correcta, aunque en la ejecución no ha funcionado del todo. Las letras del eterno cómplice Bernie Taupin (Jamie Bell), las coreografías, los arreglos, los cambios de set, las participaciones de los personajes contando parte de la historia a partir de las mismas canciones, etc., buscan darle a la película la densidad necesaria para que termine de cuajar estructuralmente, la realidad es que varias secuencias terminan en el pastiche, por entretenidas que sean.
Afortunadamente, el rol más importante para que esto funcione lo tiene Taron Egerton, quien está inmenso en todos los sentidos. El actor ha sabido adoptar la personalidad de Elton John sin caer nunca en el manierismo, creando en cada escena un retrato vivo de la visión del artista sobre sí mismo, honesto, contundente, reconocedor de sus errores, pero nunca autocompasivo ni arrepentido por ser él mismo, si eso no es tener personalidad…
A través de estos recorridos por el pasado, Elton del presente se va desmitificando, y su imagen se depura. Los cuernos y alas se transforman en un mundano conjunto deportivo negro y la euforia da paso a la introspección. Después de los discos de platino, el reconocimiento del mundo, la lucha por aceptar su homosexualidad, el intento de suicidio, los conflictos con sus padres, la adicción a las drogas, el sexo y las compras compulsivas, solo queda Reginald Kenneth Wright en un centro de rehabilitación luchando contra todos sus demonios.
La cinta no es el más original de los escenarios, pero sirve para deconstruir al mito y revelar al sujeto común con necesidades de una persona común, siendo la mayor de todas y el motor de su existencia, la de ser amado propiamente. La película concluye en la fase final de su proceso de rehabilitación, acompañada por epifanías y discursos de perdón y aceptación. Un tanto cursi, sí, pero cómo no celebrar junto con Elton al ritmo de I’m Still Standing, si al final, todos compartimos la misma necesidad.