Producción: Russian Doll
Director: Lesley Headland
Año: 2019
Plataforma: Netflix

 

En cinco líneas esta serie:

Es de comedia con toques de drama y fantasía

Intenta ser vehículo de una reflexión existencialista

Tiene buen elenco

Usa su banda sonora como una herramienta poderosa para el discurso

No se salva de algunos lugares comunes del género

 

  

 

Después de su participación en una de las series más relevantes de la última década, Orange is the New Black, Natasha Lyonne regresa a nuestra mirada con un papel que si bien es bastante diferente, sigue conservando la actitud rebelde e irreverente de Nicky Nichols.

En su 36° fiesta de cumpleaños, Nadia (Lyonne), una diseñadora de video juegos, por circunstancias ajenas a ella y algo extrañas, muere atropellada, solo para revivir justo en el momento en que se preparaba para empezar su festejo. De pronto Nadia se ve atrapada en un loop que la lleva a repetir el mismo día hasta que este culmine en su muerte. Haciendo una evidente referencia a su profesión, dentro de los bucles Nadia es un cero dentro de un código que ni escribió ni controla, una pesadilla personal e irónica. Mientras transita por los mismos escenarios con ligeras variaciones e intenta encontrar una salida, su viaje adquiere sentido. Se embarca en una introspección existencialista y un despertar de conciencia, de donde no sale siendo la misma.

Este guion tan peculiar fue desarrollado por la misma Lyonne, Lesley Headland y Amy Poehler, donde el humor de la última es reconocible a lo largo de los episodios. La naturaleza mórbida de la serie se mezcla unos toques de humor, drama y romance, aunque todo manufacturado con coherencia. En términos generales la historia es consistente, se nota el trabajo de las creadoras por lograr conectar los extremos para cerrar el círculo narrativo. Al mismo tiempo, el uso de la música como un recurso de guía y refuerzo discursivo es excepcional (los invito a checar la playlist de la serie en Spotify).

Quizá el fallo de Russian Doll es el sabor que deja en su último capítulo. Aunque se justifica un poco con lo que parece ser una segunda temporada y que cumple con la promesa de entretener, las creadoras no pudieron evitar caer en lugares comunes de este tipo de historias (ni se diga su gran progenitora, Groundhog Day, –Ramis, 1993–). Quizá este final tan tradicional sea un rompimiento con la caja misteriosa en la que vivimos durante los primeros siete episodios, en los cuales se desarrolló la historia. Tal vez es justo otorgarles un poco de licencia, ya que pocas veces hemos visto un final que satisfaga el apetito surrealista que alimenta este tipo de historias (y para ejemplos hay miles). Simple y sencillamente Russian Doll es un intento más que se queda corta de vivir a las expectativas.

Dependiendo de qué se le pida a esta serie es como terminaremos viendo el vaso; si le compramos del todo sus ganas de ser una reflexión que va más allá del entretenimiento, seguramente vamos a sentir que le faltó un paso más –que se elevara discursivamente o en su narrativa–. Sin dudarlo vamos a sentir que el plato se sirvió un poco tibio y probablemente nos va a gusta más Maniac, su serie melliza. No obstante, si nos quedamos con el valor de entretenimiento, seguramente vamos a disfrutar de una serie que se sabe distinguir del aglutinado del que sufre Netflix hoy en día, tanto por su propuesta entre original y derivada, como por su elenco alternativo y un ritmo y tono entre jocoso y mórbido.

Usted decida.

 

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