Producción: Sharp Objects
Año: 2018
Plataforma: HBO
En 5 líneas esta serie:
Es de suspenso psicológico
Por momentos es más un estudio de su personaje principal
Tiene una actuación protagónica magistral
Usa recursos de edición que la definen
Su grandeza está en el detalle
Sharp Objects, como toda gran producción, no es para un público general. Habrá una sección del público que la descalifique; quizá por lenta, quizá por no desarrollar bien el misterio de su asesinato, quizá porque sus partes suman más que su conjunto. Pero a final de cuentas, Sharp Objects es una producción que se puede volver a ver, inclusive una vez que ya se sabe el gran desenlace (mejor aún, volverla a ver le da un nuevo significado al cinismo del asesino). Principalmente porque cada detalle de esta serie suma. Desde la enorme actuación de Amy Adams, la cual a veces se reduce a gestos tan pequeños –pero tremendamente efectivos– como el apretar la mandíbula, pero que llega hasta el hacernos sentir verdadera pena por un personaje que se nos presenta con el alma desfigurada. Pasando por la maldad psicológica de sus villanas, interpretadas por la veterana Patricia Clarkson y por la adolescente Eliza Scanlen. La primera, en su papel de madre maldita, llena de puñaladas sutiles, y la segunda, verdaderamente aterrorizante, en su papel de adolescente fuera de control, preparada para bullearnos aún en nuestra edad adulta. Por último, la ejecución deliberada de Jean-Marc Vallée, quien desde el principio hasta la última escena de este viaje apostó por un recurso de edición: pantallas veloces que se disparaban por escasos instantes para contarnos la historia en cuatro dimensiones. Es en estos detalles donde radica la belleza de la serie, en poder apreciarlos mientras suceden. Sharp Objects, si fue una serie para nosotros, se terminaba cada capítulo de manera súbita, sin que realmente apreciáramos el paso del tiempo; una degustación hipnótica que nos hacía olvidarnos que estábamos atendiendo al hilo de una historia.
Por momentos, la serie se debatía entre el estudio del personaje principal, de quien siempre estuvimos definiendo su presente a raíz de lo que se nos iba contando de su pasado, y el misterioso asesinato ocurrido en aquél pueblo espantoso. Para que Sharp Objects nos funcione, tenemos que estar de acuerdo con esta negociación. El personaje de Camille tiene que ser nuestro entretenimiento dominical, desde la apariencia de Amy Adams y su interpretación, hasta la manera en que el personaje se tiene que desenvolver mientras malabarea todo lo que trae de bagaje. El drama de Camille, el verdadero alma de la historia, se cose a fuego lento, mientras que el otro, el del misterio del asesinato, es algo que tal vez no cuadra para una serie de ocho capítulos; es algo que estamos acostumbrados a que se resuelva en una hora cuarenta y cinco minutos de nuestro domingo. Pero aquellos que supimos apreciar la serie por su propuesta, recibimos tremenda recompensa al final de la serie.
Los trucos no se le habían agotado a Jean-Marc Vallée y tenía un par en el bolso todavía para su gran final. Para los desentendidos, el montage de final feliz, con todo y una angelical banda sonora a base de piano, representaba su recompensa por aguantar aquél terror sureño al que habían sido expuestos. Pero para los más perspicaces, no cuadraba que tanta dicha se nos alimentara cuando todavía había mucho episodio de por medio. Pareciera ser también, que la revelación del asesino había resuelta de manera un poco apresurada. Y ahí es cuando el director se esperó hasta el último segundo de su gran producción para soltárnosla, y luego, fiel a su estilo, verdaderamente recompensando a los que estuvieron ahí hasta el final –entiéndase pasando los créditos– se nos entregaron los últimos flashes para contarnos lo que realmente había pasado. De este recurso, el de los cortes parpadeantes, los últimos fueron los más tenebrosos.
Sharp Objects entonces, es una serie que se coció en los detalles, en la que había que aceptar la deliberada manipulación de estos, y que al final se decantó por satisfacer los deseos mundanos del espectador fiel. Pero siempre con su estilo, a su manera. Y así es como pide que la juzguemos. O estamos con ella o no estamos.