Producción: Spiderman: Lejos de Casa
Dirección: Jon Watts
Año: 2019
Plataforma: Cartelera

 

En 5 líneas esta película:

Es la última película de la fase 3 del UCM

Tiene buena propuesta visual

Tiene buena acción

Combina varios estilos sin marcar particularmente ninguno

Tiene trama secundarias innecesarias

 

   

 

A la expectativa del futuro del Universo Cinematográfico de Marvel post-chasquido, llegó la segunda apuesta del trepamuros para cerrar el arco, no sólo de la tercera fase de este universo, sino de la Saga del Infinito iniciada con Iron Man (Favreau, 2008). Siendo esta una decisión extraña, puesto que Avengers: Endgame (Hnos. Russo, 2019) sirve como el final para muchos personajes, ¿entonces para qué recargar este cierre en una película de Spiderman?, ¿realmente vale la pena?

La respuesta es clara y a la vez confusa, pues la cinta dirigida por Jon Watts (El Payaso del Mal, Cop Car) bien da respuesta a la perspectiva de a pie de este evento apocalíptico y con justa razón se hace con una historia de Peter Parker, quizá el super héroe más cercano al ciudadano promedio. Pero es confusa a la vez que, en el camino se mueve rápidamente de esta cuestión y se adentra con todo a la más nueva historia de Peter y compañía, para luego regresar mediante algunos personajes, guiños y escenas poscréditos a mostrar nuevas futuras líneas qué explorar.

Es verdad que Spiderman: Lejos de Casa (2019) es una secuela que sí se percibe un tanto más conectada con el gran complejo del UCM, al mismo tiempo que se abre en diferentes estilos, tonos y referencias que la valúan como una película de Peter Parker y al mismo tiempo de Spiderman, una dualidad importante que considerar dentro de las adaptaciones de este personaje. Watts retoma, durante buena parte, un espíritu similar al de su antecesora, con tonos y símiles a las películas adolescentes de John Hughes, al igual que a esas franquicias que, para refrescar su argumento, mandan a sus personajes de viaje a otra parte del mundo o bien a las que se sitúan en las vacaciones de verano.

Eso desata una serie de enredos disparatados del tipo Chevy Chase y su National Lampoon en Europa (Heckerling, 1985) (siguiendo el linaje ochentero) pero también, mediante la participación de Nick Fury y la llegada de Misterio, retoma pequeños atisbos del cine de espías a la Bond o de los giros más perniciosos ya vistos en otras películas del UCM, como Capitán América: el Soldado del Invierno (Hnos. Russo, 2014).

También es verdad que la secuela toma muchas más libertades creativas que en el pasado frente al material de origen (los cómics) y motiva tramas secundarias solo para generar la comedia y buena onda, pero aún así integra a bien ciertos pilares de su contraparte impresa: Misterio como un villano timador con razones basadas en el ego, visuales de pesadilla impresionantes, un romance de manita sudada con MJ, los problemas típicos de un adolescente y las responsabilidades cada vez mayores en un mundo sin un equipo de élite que le proteja.

Ante esta dualidad, Peter/Spidey ve con mayor claridad la intrincada y complicada vida del superhéroe, pues tiene que decidir de tajo entre su vida personal y su responsabilidad vengadora, algo que se ha retratado de manera más precisa en Spiderman 2 (Raimi, 2004). Luego de ello, la película se transforma en, ahora sí, en una película del UCM en todas sus formas ya conocidas.

Quizá no fue la puerta abierta al multiverso que se nos prometió en los tráilers, pues ese guiño fue más al multiverso de los cómics —Tierra 616 es el canon oficial y Tierra 833 un universo alterno donde todos murieron menos Spiderman o en este caso, Misterio—, pero esta secuela cuenta con una propuesta visual y coreográfica que nada le pide a Dr. Strange (Derrickson, 2016) o a la trilogía del Capitán América, lo que la vuelve una de las mejores entregas de esta tercera fase.

 

 

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