Producción: The Boys, Segunda Temporada
Año: 2020
Plataforma: Amazon Prime Video

 

En 5 líneas esta temporada:

Expande exitosamente su universo

Nos regala no uno sino dos tremendos villanos

Continua con la acción frenética y violenta

Se presenta aún más como una alegoría

Se prepara para más

 

    

 

El año pasado comentábamos lo necesario y refrescante que había sido la llegada de The Boys al plano de la TV 2.0. Y casi sin que nos diéramos cuenta nos llegó una segunda temporada, como si los ejecutivos de Amazon Prime nunca hubieran tenido duda alguna que dicha producción merecía un caudal de recursos financieros ininterrumpidos. Y es que la satírica serie se cuelga de dos de las grandes lianas de la cultura popular hoy en día: la industria de los superhéroes en los medios y la guerra cultural en Estados Unidos.

Aunque ya se había hecho antes, particularmente en los ochenta con el que fuera uno de los pioneros del sub sub género, Watchmen, los superhéroes nunca se habían sentido parte del enemigo… en la vida real. Las señales que salen cada vez más de voces de peso en el séptimo arte es que Disney está convertido en el Imperio al que hay que contraatacar, ya que están acabado con la taquilla a base de películas formulistas, que homologan, no solo los valores de lo que hay que ver en pantalla, sino en lo que vale la pena invertir para la pantalla. Pero, si el público es lo que consume, ¿dónde está el fallo?

Curioso que esa sea una de las frases insignia de Stormfront en su batalla final, flamante villano de la segunda temporada que amamos odiar: «Todos están de acuerdo con lo que digo, nada más no les gustan el nombre que le dan». Nuestra querida villana hablaba del nazismo, uno de los temas centrales de esta temporada y uno de los temas centrales del estado inverosímil de la guerra cultural en Estados Unidos. The Boys en su segunda temporada utilizó a su gran villana para burlarse en la cara de aquellos fascistas de ultraderecha, tanto activistas como por omisión, que hoy en día son manipulados tanto en redes como en la televisión de propaganda de la ultraderecha norteamericana; parafernalia que apela a los instintos más oscuros para lograr fines grotescos que creíamos habíamos derrotado hace cincuenta años. Increíble que en todo ese discurso sea más fácil creerse que pueda haber una persona que tire rayos eléctricos de sus manos a que haya una país completo que pueda volver a verse manipulado hacia una solución final.

Perdón si alguien entendió que estaba comparando el cine de superhéroes con el nazismo, no fue mi intención, aclaro. Pero ambos son dos ejemplos de cómo el mínimo común denominador, a veces, es el camino con menos resistencia. Y cómo el mínimo común denominador lentamente y de manera predecible se convierte en esta masa imposible de derrotar. Es la paradoja del cerebro humano, ese instrumento de la creación que puede predecir el comportamiento de sistemas a millones de años luz, pero que cuando se le ataca en manada, puede ser herramienta de las voluntades más frustrantes posibles.

Un saludo a Homelander, uno de los personajes más gratificantes de la sátira política y a su intérprete, Antony Starr, quien le puede pegar a cada nota que se le pida. Aquí espero tranquilo la tercera temporada.

 

 

 

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