Producción: The Crown, Segunda Temporada
Creador: Peter Morgan
Año: 2017
Plataforma: Netflix
En 5 líneas esta serie:
Continúa con su estructura narrativa
Repite excelentes actuaciones
Enfrenta lo humano contra lo institucional
Se desarrolla en la segunda mitad de los cincuenta
Se extraña a John Litgow como Winston Churchill
Después de que esta serie fuera multipremiada en su primera temporada, su segunda debía suponer un reto bastante grande. Pero la virtud de la serie, intrínseca a la formalidad que demanda el tema central, no va a permitir que sus creadores se desvíen de aquello que la hizo grande: un guion sencillo pero que al mismo tiempo funciona como una fortaleza.
The Crown –o Tales of Elizabeth– repite su estructura impecable con tramas sencillas que traen de fondo grandes complejidades políticas, institucionales y humanas. Quizá el mayor acierto de la serie sigue siendo su capacidad para subir al ring la cualidad humana y enfrentarla contra fuerzas que parecen invencibles, para después de doce sanguinarios rounds declarar empate.
Las instituciones están ahí para dar lo que nadie puede dar: certeza. Es por eso que fenómenos como el matrimonio o la familia se comportan como instituciones, así aunque no haya una constitución que te dicte reglas y normas a seguir, estas existen y deben asumirse roles para preservar el orden. Cuando es tan claro y puntual lo que debe hacerse, el error humano desarticula y pone en tela de juicio la capacidad de dichas instituciones para seguir proveyendo de certeza. Pero los tiempos cambian y el contexto cambia, mientras que en la primera temporada las instituciones se comportaban como divinidades, en esta segunda (que se desarrolla en la segunda mitad de la década de los cincuenta) Elizabeth finalmente está descubriendo como utilizarlas y no al revés (guiño). La balanza se inclina a favor de lo humano y nuestros personajes se atreven a ver a los ojos al sistema y ganarle algunas batallas, eso sí, siempre con harto respeto.
The Crown vuelve a jugar con los matices: por un lado el matrimonio es una valiosa victoria, por el otro es una tragedia absoluta; por un lado el sistema es frágil y se tambalea con nimiedades, por el otro es poderoso y no se le puede derrotar; en un momento podemos simpatizar con Elizabeth, y en otro podemos señalarla sin piedad por ser tan irresponsable. El constante enfrentamiento entre todas estas fuerzas nos hacen cambiar de bando una y otra vez, para finalmente pensar ¿que habría hecho yo en su lugar?, y es un gran alivio saber que fue ella y no nosotros quienes tuvieron que tomar grandes decisiones.
La serie repite todos sus aciertos y llega justo a tiempo para terminar el año de Netflix con un grato sabor de boca, y aunque extrañamos a John Litgow como Winston Churchill, podríamos cancelar la cena de navidad porque después de esta temporada seguir comiendo sería gula.