Producción: The Founder (Hambre de Poder)
Director: John Lee Hancock
Año: 2016
Plataforma: Cartelera
En 5 líneas esta película:
Es biográfica
Es el relato sobre la fundación de McDonald’s
Es entretenida y un tanto morbosa
Depende demasiado de su personaje principal
Resulta complaciente en su retrato
El primer cuadro de The Founder nos coloca frente a Ray Kroc (Michael Keaton), en un intimidante plano medio frontal hacia la cámara, mientras el protagonista nos intenta vender apasionadamente una máquina de hacer malteadas. La declaración de intenciones es clara: el biopic de John Lee Hancock sobre el hombre que convirtió un restaurante local de San Bernardino, California, en una de las franquicias más famosas y con mayor presencia a nivel mundial, es un retrato que coloca al visionario empresario en una posición empoderada y carismática, que iguala al espectador con cada personaje con el que Kroc interactúa, como si nos estuviera vendiendo la idea de su propia historia a la vez que el relato avanza.
Este posicionamiento es convencional dentro de la producción de comerciales corporativos, sin embargo, en cine las cosas no pueden funcionar de forma tan unilateral, y el arranque de la película resiente este tono semi documental y de aproximación sospechosamente amigable hacia la figura de Keaton. El veterano actor se mueve como pez en el agua interpretando al ladino Kroc, quien era un vendedor sin mucho éxito ni prospectos, hasta 1954, cuando se topa con los hermanos McDonald. Para entonces, los empresarios que aportarían su apellido a la famosa franquicia, gozaban de éxito local después de implementar un sistema de producción en serie para el montaje de hamburguesas. Aquél sistema acortaba el tiempo de espera de cada orden significativamente, e influenció la consolidación de los restaurantes de comida rápida.
Convencido del potencial frente a sus ojos, Kroc decide apostar todo lo que tiene con tal de expandir el proyecto de los nobles e ingenuos Maurice y Richard, quienes en un principio no deseaban expandirse, estando satisfechos con lo obtenido al momento; así la historia comienza a generar mayor interés. La ambición de Ray provoca acciones arriesgadas que desmaquillan un poco su pícara sonrisa para develar a un hombre con sueños de grandeza, valores negociables y un espíritu inquebrantable; la figura arquetípica del empresario destinado a saborear las mieles del sueño americano –capitalismo puro, señoras y señores–.
La sensación de que el libreto se ha paseado previamente por los despachos de Oak Brook, Illinois, queda en el aire, ya que a partir de ese momento, la consigna de convertir a McDonald’s en el restaurante americano por excelencia es narrada sin sobresaltos de parte de Hancock, quien se reserva la posibilidad de un dramatismo comprometido con una perspectiva amplia de los hechos, en aras de un acercamiento más humorístico y ligero; como saborear una Big Mac, vaya.
La representación de el fundador alcanza cierta ambigüedad pero no la necesaria para diseccionar al hombre detrás del mito; al contrario, se le trata con cariño y respeto, al punto de permitirle ganar todas sus batallas (incluyendo la compra de la empresa por una suma ridícula) sin perder nada relevante en el proceso, hasta que finalmente vuelve a encararnos, arropado por el éxito, hacia el final de la película, y recordarnos el valor de la persistencia sobre cualquier otra cualidad. Si Aaron Sorkin hubiera firmado el guion, de otra cosa estaríamos hablando.