Para el pensador suizo C. G. Jung, el círculo mágico es una configuración del espacio, real y simbólico, a partir de la cual se establecen, en rituales de invocación, un adentro y un afuera fundacionales y cósmicos. Este perímetro tiene la función esencial de establecer una racionalidad y un orden que proteja a la persona de fuerzas sublimes, generalmente demoniacas, que buscan desintegrarlo. Digo desintegrar y no simplemente destruir, porque, al delimitar el territorio, queda representada la integridad del yo, cuyas murallas se encuentran constantemente presionadas por las expansivas y desgarradoras fuerzas del inconsciente. Esta integración se traduce, más allá del nivel individual, en organización social y, ulteriormente, en un esquema del universo entero. ¿Qué pasa entonces cuando se rompe el círculo? La persona sufre psicosis (un apartamiento alucinante y delirante del principio de realidad); la sociedad colapsa; el apocalipsis comienza.
Círculos mágicos, invocaciones, fuerzas demoníacas, alucinaciones, delirios y apocalipsis son términos que no le son ajenos a ningún amigo del horror. Constantemente nos encontramos cuentos, novelas, películas, series y videojuegos que utilizan estos motivos, con el propósito de construir su mundo ficcional. La casa de los espantos, el castillo del monstruo, la cabaña hechizada en el bosque, el cementerio plagado por espíritus, entre otros tantos espacios colectivos que tiene el género, son todos ejemplos de lo que los antiguos griegos llamaron témenos (recinto): una zona —un círculo— reservada a las potencias sobrenaturales, la cual debe respetarse, si no se quiere ofender ni enfurecer a estos dioses.
No hay historia, mucho menos de horror, sin un punto de no retorno, sin una frontera que no debió cruzarse. En este género, el adentro y el afuera, el espacio sagrado y el mundo terrenal, quedan peligrosamente eclipsados. El límite se borra. Lo humano y lo monstruoso se confunden. Lo paranormal se manifiesta, ante quien no se sabe si será capaz de sobrevivir su encuentro con lo extraordinario.
A veces, es el hombre quien, estando fuera del círculo, decide romperlo, para entrar a la morada del vampiro. En otras ocasiones, es él quien queda prisionero en el interior de alguna casucha perdida en las profundidades del bosque, asediado por los demonios que él mismo despertó. En todo caso, lo cierto es que no hay horror si no se rompe el círculo y el mundo humano no queda a merced de lo monstruoso, psicótico y/o sobrenatural.
En la obra de Stephen King, los círculos mágicos abundan. Los témenos de este autor son variados: abarcan, desde el cementerio de nativos norteamericanos, hasta el sitio en el cual una nave extraterrestre se estrelló. Otras veces, como un simple cuarto de hotel, pero tras cuya ordinaria fachada se oculta un portal a una dimensión de la que pocos regresan y de la que nada venturoso proviene.
En el caso de The Mist, serie de Netflix que adapta la novela corta del reconocido escritor norteamericano, nos encontramos con un ejemplo de transgresión del círculo mágico, en la cual se invierte la tradicional fórmula de la casa embrujada. Como en Evil Dead (Reimi, 1981), obra representativa del subgénero de la cabaña en el bosque, la amenaza ahora está afuera (y en el subsuelo) y busca penetrar el área protegida por todos los puntos de la circunferencia, con el fin expreso de desintegrar al ser humano, su mundo y su más elemental sentido de realidad.
The Mist recuerda al horror cósmico de H. P. Lovecraft. Si para el protagonista de la novela de King, la niebla es «Dios», Lovecraft agregaría que se trata de uno chapado a la antigua, que no se sabe si creó al hombre, pero que, si lo hizo, claramente no fue a su semejanza ni por amor ni proveyéndolo de estatus existencial. Creada o no por el hombre, la niebla, como Dios mismo, es una metáfora de aquellos aspectos del ser que no comprendemos y que ni siquiera estamos facultados para entender, pero que, sin embargo, sospechamos que pueden destruirnos, precisamente porque partimos de que nos trascienden. En este sentido, The Mist puede considerarse también una exploración en torno a cómo los seres humanos reaccionamos ante lo desconocido, especialmente, de cómo lo hacemos cuando el riesgo es inminente y el orden conocido se desintegra, dejando al descubierto a esas sombras que escapan por nuestras fisuras.