Iver HernándezProducción: The Post
Director: Steven Spielberg
Año: 2018
Plataforma: Cartelera
En 5 líneas esta película:
Narra el trabajo del Washington Post con archivos clasificados sobre Vietnam
Rinde homenaje a los periodistas involucrados y la libertad de prensa
Tiene un elenco lleno de estrellas y caras conocidas
Técnicamente es impecable y su ritmo se disfruta
Está lejos de las mejores obras de su director
Protagonizada por Tom Hanks y Meryl Streep (obteniendo otra nominación al Oscar, por inercia en esta ocasión) The Post relata los esfuerzos del diario Washington Post por publicar una gran cantidad de documentos clasificados que encubrían las actividades del gobierno estadounidense respecto al conflicto de Vietnam a lo largo de 30 años. Se trata pues, de una típica película de periodistas, en la cual los valores de la verdad, la libertad de prensa y en esta ocasión, hasta el empoderamiento femenino (acorde a los tiempos actuales), se contraponen a las convenciones económicas, sociales e institucionales de los involucrados, creando el gran dilema a resolver.
A la usanza de la última década, Steven Spielberg ofrecer otro relato entretenido y de mirada optimista, rendido ante la labor heroica de sus protagonistas, aunque en su homenaje llega a empalagar un poco, la cristalina declaración de intenciones entre los bandos opuestos hace innecesario un refuerzo que nos indique hacia donde echar las porras. La película se disfruta, pero hay un detalle recurrente que impide que sea mejor de lo esperable: el conformismo de su director.
Spielberg es un viejo lobo de mar que se sabe todos los trucos existentes y hasta se ha dado tiempo de reescribir varios pasajes del canon cinematográfico, mientras firmaba un éxito tras otro, sin duda, pero a estas alturas, está claro que ya no está interesado más que en vivir una vejez plena, tomando proyectos que no lo hagan moverse de su zona de confort.
Hay que remontarse hasta el año 2005 para encontrar al Steven inquieto y arriesgado, que con Munich plantó el puño sobre la mesa con fuerza, concluyendo una absurda cruzada personal por despejar de una buena vez cualquier duda respecto a su sitio dentro del gremio de los cineastas serios y artísticamente relevantes, cuestionamiento ridículo, pero que al Rey Midas no dejaba de provocarle picazón en el ego. El resultado fue una de sus películas más infravaloradas, en la cual, más allá del uso pleno de sus herramientas técnicas y narrativas, se disfrutaba ver a Steven exigirse, así como otorgar un voto de confianza a la audiencia.
Doce años después, la depurada técnica se ha conservado, pero su mirada se ha vuelto conciliadora, síntoma de una evaluación satisfecha de una carrera con un estatus inamovible dentro de la historia de este arte. Qué bien por Steven, en verdad; sin embargo, no deja de ser un desdén para su cine.
El sentido de urgencia se ha desvanecido, el virtuoso dominio del suspenso ha dado paso a la maniobra calculada, efectiva sí, pero carente de grandeza. Por enfocarse demasiado en sus héroes, Spielberg provoca dos cosas: la primera es la ausencia de complejidad, apenas hay lugar para que el espectador pueda involucrarse con una narrativa que le presenta todo masticado; y en segundo lugar, el desequilibrio, pues al dejar a los antagonistas en las sombras, desprovistos de matices, ni la presencia necesaria para representar una amenaza real, el nivel de tensión cae por debajo de su potencial.
Todo esto no quiere decir sea una mala película, como mencioné anteriormente, la técnica sigue intacta, el ritmo es el adecuado, el uso de la cámara es ideal, la edición es precisa, el elenco no tiene fallos en sus interpretaciones… uno se la pasa bien, pero es una sensación que se queda en la sala de proyección, lo cual se puede esperar de la gran mayoría de directores contemporáneos, ¿pero de Spielberg? Tal vez el problema sea personal y no he querido leer en las últimas entregas del director el mensaje subyacente: “ya lo hice todo, ahora solo quiero pasarla bien”; pues bueno, siempre nos quedará Tiburón.