Producción: The Strain
Director: Guillermo del Toro; Chuck Hogan
Año: 2014–presente
Plataforma: Fox Play
En 5 líneas esta película:
Es un intento de rescatar y redefinir al vampiro
Mezcla géneros como el horror y la ficción científica
Tiene influencias del cine de zombis
Recuerda a películas de invasores espaciales y usurpadores de cuerpos
Incluye una buena carga de fantasía
The Strain, el serial televisivo basado en las novelas, literarias y gráficas, Trilogía de la Oscuridad de Guillermo del Toro y Chuck Hogan, llega a su cuarta temporada. De esta historia apocalíptica de vampiros, en la cual se entremezclan drama, acción, fantasía y ficción científica, puede destacarse su intención por mantenerse alejada de los clichés de un sobreexplotado subgénero del horror. Sin embargo, es también una producción que no termina de convencer y que falla en aspectos esenciales.
A quienes están hartos de los vampiros que coquetean de más con su lado humano o de aquellos que simplemente existen para ornamentar un mal melodrama, The Strain —que puede traducirse como “la cepa”— promete un rescate radical de este clásico personaje que gusta de la sangre humana. Radical, porque va a la raíz de la mecánica de este popular arquetipo: su naturaleza dependiente y homicida. Pero radical también en el sentido de su ímpetu por redefinir un viejo y desgastado esquema. Hogan y Del Toro, como se hizo ya antes en el cine, buscan refrescar su aproximación a este ser legendario, añadiéndole elementos de la ficción científica, género en que se ha utilizado de sobra el tropo del parásito que invade al cuerpo, que lo controla, lo explota y lo depreda.
Sin embargo, a pesar de esta inclinación por la ficción científica, la fantasía, aunque más sutil que en otras creaciones de Del Toro, no desaparece por completo. Específicamente, en este mundo imaginario, no terminan de explicarse los mecanismos plausibles para la existencia de una plaga de vampiros, como la que se presenta en el relato. Los autores proponen una realidad en la que estos entes son el producto de una enfermedad que se transmite y sostiene gracias a gusanos, los cuales acompañan a la mordida de algún portador. El vampiro, tradicionalmente sobrenatural, aun así conserva aquí su aura fantástica, pues tiene poderes que, al menos para el espectador, no dejan de ser un tanto misteriosos y exagerados, como son los casos de la telepatía y una fuerza y velocidad extraordinarias.
También el hecho de que esta versión del vampiro se presente en la forma de una pandemia, que amenaza con destruir a la humanidad, lo acerca más al cine clásico de zombis y a las películas de invasores espaciales que a aquello que normalmente asociamos con derivaciones de Drácula. Sin embargo, conserva parte del glamur aristorcrático del conde en personajes como el exnazi Thomas Eichorst y el plutócrata Eldritch Palmer, quienes son los brazos ejecutores del Maestro, el ser maligno que controla a toda la colmena de strigoi y que, al menos en las primeras temporadas, no se dejó ver mucho. Los creadores de The Strain, quizás pensando en los registros plásticos que ofrece esa otra clase de muertos vivientes —los zombis— decidieron que su monstruo debía apartarse lo más posible de una plasmación a la Bela Lugosi, Anne Rice o Twilight. Y el resultado es un antagonista que es mezcla de conde Orlok, zombi e usurpador de cuerpos, al cual se bautiza en esta narración como strigoi, una palabra que se origina en el folklor rumano y se refiere, en realidad, a espíritus de muertos y a brujas, quienes, en algunos casos, se comportan como vampiros. Así como en The Walking Dead se decide renombrar al zombi como walker —caminante—, Del Toro y Hogan también determinaron darle su propio mote a su particular cepa de engendro chupasangre.
Dentro del contexto de la obra de Del Toro, The Strain se acerca más a Cronos (1993), Mimic (1997) y Hellboy (2004) que a sus películas más premiadas y celebradas. Y, aunque tiene aceptables giros y momentos climáticos, se pierde en un exceso de personajes, algunos demasiado esquemáticos, y de líneas narrativas que, aunque prometen, no enganchan o no logran mantener al público comprometido con el nivel de importancia que debería de tener un cataclismo civilizatorio, promovido por una conspiración desde el más alto nivel. También el reparto es desigual en calidad y, a pesar de algunas decentes actuaciones, como las de Jonathan Hyde (Palmer), David Bradley (Setrakian) y Richard Sammel (Eichorst), las protagónicas, especialmente las de Corey Stoll (el doctor Goodweather) y Max Charles (Zach Goodweather), resultan tibias, y su relación de padre e hijo, central para el desarrollo de la narración, abusa del melodrama y no siempre ofrece un desarrollo que, a diferencia de lo que sucede con otras obras de Del Toro, agrade y sorprenda consistentemente.