Producción: Thor:Ragnarok
Director: Taika Waititi
Año: 2017
Plataforma: Cartelera

 

En 5 líneas esta película: 

Es la tercera iteración del dios del trueno

Tiene buenos momentos cómicos

El tipo de humor y la frecuencia de los chistoretes cansa

Se siente en otra dimensión a sus predecesoras

Tiene tremendas lagunas e incongruencias

 

 

 

La década de los sesenta fue una bastante especial, una que vio revoluciones sociales que perduran hasta nuestros días y una que nos dio música que hoy consideramos como la mejor de los tiempos modernos; y todo esto lo hizo con cierto estilo que todavía veneramos. Entre toda esa melcocha podemos encontrar a la psicodelia, una tendencia que tocó todos los aspectos de la cultura popular. De cierta forma se puede decir que el hijo tonto de la psicodelia es el camp, o bien, psicodelia para toda la familia. El camp es un exageración tanto en estética como en actitud, esta logro su masificación gracias a la televisión a color; y su vehículo predilecto fue la serie de televisión Batman (1966-1968).

La otrora serie de Adam West es un trancazo histórico, más que nada por el contexto de la época y la coyuntura del advenimiento de la psicodelia y de la televisión a color. Aún y cuando recordamos con cariño aquella serie (principalmente para burlarnos de ella), esta destruyó por completo la imagen del caballero de la noche, la cual no pudo ser reconstruida en pantalla hasta finales de los ochenta por Tim Burton. La venganza del personaje iniciada por el gótico director se vio truncada una vez más por el mentado camp, una idea que nació muerta y fue peor ejecutada por Joel Schumacher en el bodrio de película Batman & Robin (1997). Hoy en día la cinematografía de Batman se encuentra bien, de hecho en niveles históricos gracias a Christopher Nolan y Heath Ledger. Pero hay lecciones importantes que aprender del recorrido en pantalla del caballero de la noche.

Aquellas lecciones al parecer no las aprendieron en la Casa de las Ideas.

Es sabido que existe un cansancio del género de superhéroes en la pantalla grande, y que las películas del MCU ya se sienten formulistas, comprando tiempo para la anunciada Infinity War. Ante este diluido de creatividad, ¿qué dirección tomó Marvel para innovar? Pues por supuesto que el camp, maldita sea.

Es sabido que a Disney le gusta la comedia en sus blockbusters, Thor siempre ha tenido ese toque de pez fuera del agua, pero el verdadero encargado de navegar estas aguas de lo irreverente fue James Gunn. Lo peor que nos pudo pasar es que Guardians of the Galaxy (2014) fuera el tremendo éxito que fue (y la película es buena), porque eso le dio carta abierta al director para darnos Guardians of the Galaxy vol. 2 (2017), la primera producción que por excelencia podemos llamar de la nueva ola camp, neo-camp.

Cuando se anunció que el gran director de comedia Taika Waitit iba a dirigir la tercera película de Thor, creíamos que el toque del director le iba a caer bien a la saga. Lo que no esperábamos es que el toque de Thor es el que iba a estar invitado al universo de Waititi. La película es de comedia sí, pero de comedia boba, y por momentos forzada, omnipresente inclusive cuando no se le necesita. Y gracias a esta preponderancia se deja de lado todo lo demás: algunos personajes recurrentes se sienten caricaturizados respecto a sus intervenciones anteriores y la trama Ragnarok es prácticamente inexistente, marginalizando a la gran invitada, Cate Blanchett, a escasos minutos en pantalla. Ya ni se diga terribles incongruencias como que al parecer Asgard siempre fue una villa de mil quinientas personas que entran en esta Arca de Noe espacial, o el hecho que todo el conflicto pudo haber durado veinte minutos si a Thor se le hubiera ocurrido traer un contenedor de cuernos de chivo para armar a su pueblo.

Dan ganas de pensar que este experimento es un ala rebelde de la Casa de las Ideas, que la intención es darle cierto marmoleado al extenso catálogo de este universo; diversidad ante un volumen insostenible. Pero está probado que este estilo de trivializar a los superhéroes son su ruina, y que a la larga no son sostenibles. Los superhéroes de por sí son una burla de la realidad, un escape de esta; ponerlos a hacer payasadas de vez en cuando está bien, pero no deja de ser redundante y derivado. ¿Qué esperan que pase cuando se abusa de este recurso?

Las voces aclamando a Thor: Ragnarok como la mejor película de Marvel o la mejor comedia del año se hicieron sonar desde las funciones de prensa y hasta bien entrado el fin de semana de estreno. La dura realidad: el favoritismo hacia Marvel es real; el emperador está en pelotas.

 

 

 

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