Trono de Sangre es la adaptación cinematográfica del director Akira Kurosawa de la tragedia Macbeth, obra de William Shakespeare. En ella el director japonés no solo logra trasladar los eventos ficticios ocurridos en Escocia al Japón feudal, sino que consigue orientalizar la puesta en escena; una verdadera interpretación cultural. El director demuestra su capacidad creativa al combinar el teatro del escritor considerado como el más importante de la lengua inglesa, con elementos del teatro clásico japonés y su peculiar lenguaje cinematográfico. El producto final ha sido apreciada como la mejor versión del cine de la obra teatral.
A diferencia de la obra original, en la película se han cambiado diversos elementos en la búsqueda de un puesta en escena que se aleje del teatro filmado y lo acerque al Japón feudal. La expresividad de los rostros de los personajes se basa en las máscaras del teatro clásico japonés. La finalidad de este recurso es el aumento en la intensidad mediante una exageración de los gestos. No obstante la universalidad del relato es evidente, ya que aun después de inundarlo de folklore japonés permanece la esencia inmutable de la ambición como motivación fundamental en la historia.
Siguiendo la premisa de Shakespeare, Kurosawa narra la historia del guerrero Washizu, quien tras el encuentro en el bosque con un espíritu encargado de contarle su destino, este es condenado a cumplirlo. Las emociones humanas son llevadas al límite de la cordura cuando los personajes se adentran en la búsqueda de su destino, el cual ellos mismos se encargan de cumplir. El lado oscuro de lo humano se manifiesta mediante la codicia en su máxima expresión, y la trama avanza hacia su única conclusión posible: la locura del poder. Kurosawa presenta un final cuyo resultado recae en la acción humana, a diferencia de Shakespeare quien recurre a lo fantástico. A pesar de tratarse de un desenlace vaticinado por el mismo espíritu que con sus predicciones desata los sucesos, cuando se anuncia que el bosque caminará como señal de la caída de Washizu, el evento se manifiesta en una acción humana al tratarse de un ejército oculto bajo los árboles.
Kurosawa no busca tratar el destino, sino utilizar el deseo como motor de los eventos, y para ello su lenguaje cinematográfico es casi un personaje más. La película aprovecha emplazamientos de cámara que nos permiten la apreciación de acciones complejas en planos abiertos o secuencias, y nos acerca a la mirada de quienes soportan el peso de la historia solo en momentos decisivos de la trama. Con este juego de cámara el director exhibe conflictos internos de los personajes mientras un sin fin de acontecimientos suceden fuera de cuadro, trasladando a un lenguaje audiovisual los elementos textuales que predominan en la obra teatral, fundamentales para su desarrollo. Existe una decisión consciente por parte de la cámara de dejar a las imágenes expresarse por sí mismas a través del silencio, pasando de largo situaciones que podrían considerarse fundamentales para la sucesión de los eventos. Es este el caso del asesinato del Señor del Castillo Telaraña a manos de la Asaji Washizu: el público permanece obligado a obviar el crimen ocurrido en otra habitación al imponerse en pantalla el semblante de Taketori Washizu, alimentando el encuadre con las emociones que el personaje desprende con la mirada, hasta la llegada de su mujer con el arma ensangrentada. La cámara consigue volverse activa gracias a su movimiento; realiza incluso acciones reverenciales o de intimidación hacia los sujetos frente a ella, articulando actuación y cinematografía en una sola función emotiva.
La película también aprovecha los elementos naturales para la creación de atmósferas en su narrativa; desde el inicio niebla, bosque y viento traen consigo un paisaje desolador que se mantendrá constante en el filme. El bosque se convierte en un laberinto, y el uso de luz y oscuridad se convierte es un recurso expresivo cuando se adentra Asaji Washizu en las tinieblas antes de cometer su crimen. Estos elementos predominantes en la imagen son la marca personal del realizador en sus historias, no como tema principal, pero como constantes a la hora de contarlas.
Kurosawa logró consagrarse como uno de los grandes directores de cine gracias a su estilo único, el cual le hizo merecedor de grandes premios a nivel internacional; con el reconocimiento llegó una mayor libertad en las formas que tomaron sus películas. A lo largo de su carrera logró relacionarse no solo con el lenguaje de Shakespeare, realizó a demás adaptaciones de otros autores de occidente, apelando siempre a la humanidad encontrada en sus obras, así como a su universalidad; esa posibilidad de repetición a lo largo de la historia en distintos puntos del globo. Kurosawa no estuvo solo influenciado por la cultura de su país, sino por una búsqueda más allá de sus fronteras de ideas que funcionan como complemento a su estilo, en el límite de las emociones, en acercar su trabajo al público al volverlo más humano.
Trono de Sangre estará disponible todo el mes de marzo en la Cineteca Nacional. Encuentra boletos aquí.