Producción: Diablo Guardián
Año: 2018
Plataforma: Amazon Prime
En 5 líneas esta serie:
Es la adaptación de la novela homónima de Xavier Velasco
Tiene actuaciones coherentes
Tiene buen valor de entretenimiento
Se esfuerza por ser radical
Es erotismo medio acartonado
Fernando llevaba siempre en sus manos, orgullosamente, una copia de Diablo Guardián. Me instó a leerlo un par de veces, pero yo estaba curado del espanto con esas novelas de escritores mexicanos contemporáneos que coqueteaban con búfalos y el cine nacional (siendo honesto después de ver la película que produjo Arriaga sobre su novela no quise saber de adaptaciones de novelistas mexicanos).
Años después, el Tío Bollo pidió que se revisara la adaptación de Diablo Guardián a un formato de serie de televisión, disponible en la plataforma Amazon Prime Video. Hay razones por las que esto me cuasaba morbo: mi reciente afición a Bosch (y los libros de Michael Conolly que me recuerda a ratos a Busto Domeq) y al catálogo diverso de aquella plataforma streaming; pero, principalmente, morbosidad por un libro que nunca había considerado leer y como otras adaptaciones televisivas preferiría verla y después considerar el material fuente (ya de por si la procrastinación literaria es un hábito constante). Aunque es cierto que la obra de Xavier Velasco tiene un buen número de seguidores a partir del libro en cuestión, la adaptación se entendía como una movida compleja por parte del servicio de streaming en una de sus primeras producciones nacionales y en español.
Y así, vimos los diez episodios con duración promedio de media hora, en donde nos relata la historia de Violeta, bueno, Rosalba (Paulina Gaitán), una joven chilanga que es infeliz con la imposición familiar y que detesta cualquier forma de aprehensión. Su familia es un clásico ejemplo de arribismo latinoamericano –los chilenos tienden denominar a estas personas como siúticos–: oportunistas sutiles, tranzas de camisa almidonada y de cabello oxigenado. Como muchos que no soportan ese ambiente, Rosalba decide irse de su casa, no sin antes asestar una venganza que se siente justa: huir, después de dieciocho años de opresión familiar, a Estados Unidos, con doscientos mil dólares robados a sus padres (que a su vez habían robado). En el gabacho, Violeta (Rosalba) perseguirá el sueño americano, conocerá a Superman, el lujo de los hoteles del uptown neoyorkino, las suites en los casinos del strip de Las Vegas, la joyería de Tiffany, las boutiques de la Quinta Avenida y la cocaína pura. Todo esto se encuentra a su alcance cumpliendo la máxima que se impuso como oficio de vida: ser rica.
Por otro lado está Pig (Adrián Ladrón), quien rehúye a las personas aunque nunca es claro por qué, ya sea por un sentimiento de superioridad o por una abyecta misantropía. Pig escribe con palabras que tienen que fluir compulsivamente, de la misma manera que consume drogas que serán reemplazadas por la pérdida y el sexo destructivo, para después evolucionar hacia mujeres fatales como Natalia (Liz Gallardo); aunque nos es claro que las letras son materia prima para su sobrevivencia.
Diablo Guardián resulta una experiencia que mezcla erotismo y drama con una inclinación a la cultura de las drogas. Mantiene una línea muy delgada que habla de la constante ambición del sueño americano y esa búsqueda de comprender la soledad y a las pocas personas que son capaces de saldar esa carencia, por ambiguo que suene. La producción apela un poco a la ingenuidad de la audiencia, pues con una buena serie de trucos de guerrilla es posible transportarnos a Clinton Street e East Broadway o el mismo strip de Las Vegas, aun y cuando es notorio qué escenas se rodaron en set o cuáles se hicieron en locación; esto no hace más que reforzar esta idea de perseguir algo advenediso. El erotismo, omnipresente en una serie sobre una joven prostituta de alto calibre en Nueva York, a veces se siente un poco acartonado, pero termina por convencer gracias al trabajo de actuación. No obstante, por momentos el sexo como recurso principal se nos restriega en la cara innecesariamente (o necesariamente si de plano es lo único que nos enganchó de la historia). El uso a mansalva de la voz en off de la narradora quien, con un argucia argumental nostálgica (todo lo escuchamos por medio de un walkman) nos relata su historia puede ser también excesivo, habría que recordarle a quienes adaptaron la historia que este no es el recurso más elocuente de un guionista, además de menospreciar la inteligencia del auditorio. Pese a este par de constantes disgustos, la serie resulta divertida, además de dejar un cliffhanger atractivo para una potencial segunda temporada. A final de cuentas, vale la pena ver una perspectiva nueva sobre la literatura de esta generación de escritores latinoamericanos.
Fernando, imagino, sigue guardando su copia de Diablo Guardián, deben estar a un lado de mis copias de Los Detectives Salvajes y Nocturna. Aún no leo el libro, les prometo que lo haré y les platico que me parece…